Todo sucedía mejor de lo esperado. Nada podía distraer la mirada de Samuel del lugar al que quería llegar. Caminaba sin parar, su ritmo aumentaba o disminuía según avanzaba, pero no se detenía porque sabía que al final de su jornada, habría logrado aquello por lo que tanto habían luchado. Es que Nataniel, su compañero de camino, era su mejor aliado. Se habían conocido algún tiempo atrás. No eran iguales, provenían de distintos lugares, y a pesar de las diferencias, Samuel, encontró en su joven compañero peregrino un tutor, que poco a poco lo consolidó y le enseñó a buscar el camino correcto para llegar al lugar, que aunque no sabía, anhelaba llegar con todas sus fuerzas. Recorrieron largas y pedregosas distancias. En mas de una ocasión cayeron, uno a la vez, y no fue sino el apoyo del otro, el mejor soporte y motor para recuperar la marcha y no desfallecer en tan agitado viaje.
Después de cierto tiempo de andar, llegaron a una ciudad en la región de Colquedá, que era conocida por la belleza de sus bosques, los apetecibles frutos que producía y por las criaturas nativas, que con engaños atrapaban a sus víctimas y los dejaban prisioneros en una especie de celdas, de las que no era posible escapar. Fascinados ante el esplendor de los paisajes y los coloridos y exóticos frutos, sin darse cuenta, los aliados empezaron a caminar, alejándose de su ruta inicial y volviéndose incapaces de escuchar el llamado del otro. Samuel se dejó seducir por aquella visión que le recordaba caminos que alguna vez recorrió, en tierras lejanas al Colquedá. Mientras que Nataniel se dejaba llevar por los frutos apetecibles que le provocaba probar. Estaban como hipnotizados.
Varias horas después, Samuel tropezó, y al caer, el trance se rompió. Miró a su alrededor desconcertado. Estaba impávido sin saber qué hacer, su compañero de viaje no estaba mas. En un intento desesperado, retrocedió en medio de los colores que lo alejaron y gritaba sin cesar el nombre de su aliado "Nataniel, Nataniel". Fue en vano. En su camino de regreso, logró llegar hasta el punto de entrada al pueblo. Desesperado porque sabía que no podría continuar solo, decidió entrar presuroso por el otro sendero, al de los frutos, para rescatar a su compañero. Al verlo a la distancia, intentó alcanzarlo pero era demasiado tarde. Nataniel estaba atrapado en medio de las criaturas nativas, a las que no podía ver, y que lo conducían hacia las celdas de las que no podría escapar, y a pesar de saberlo, le era imposible regresar. Todo estaba perdido.
Samuel, asustado, cayó de rodillas al suelo y no se atrevía a cruzar más allá por temor a quedar preso en medio de la oscuridad traicionera de la bella y cautivante ciudad. Decidió aguardar, mantenerse a salvo y retomar su camino, solo. Mientras caminaba y se alejaba de quien alguna vez fuera su maestro, meditaba sobre la difícil situación de Nataniel y no comprendía el por qué de su incapacidad para luchar por salir de aquel lugar. Repentinamente detuvo su marcha. Aunque no regresaba por su compañero, se mantuvo en pie. En su interior, escuchaba una voz que le pedía esperar. La voz le era familiar. Era la misma voz que lo acompañó cuando descubrió su camino. Samuel pidió consejo a su voz interior y ella, a ambos, respondió: "los ángeles tienes dos alas, pues con una sola no pueden volar". Samuel no entendió lo que la voz decía, cuando de repente, escuchó la voz de Nataniel que luchaba por liberarse de aquella prisión y que no le dada tiempo siquiera de tratar de entender lo que oía. Su lucha no fue sencilla, pero su compañero liberado, le lanzaba su escudo y su espada para que él pudiera salir bien librado de su encierro. No era suficiente. No podía solo. Nataniel necesitó verse casi rendido para buscar el auxilio de Samuel y éste, de inmediato, extendió sus brazos y uniendo fuerzas, ambos cayeron hacia atrás, lejos de la entrada de aquella ciudad que los había cautivado y que casi les cuesta la eternidad.
La voz les dijo: "yo os envío de dos en dos, para que el uno sea el soporte del otro y logren alcanzar el lugar al que deben llegar". La frase de las alas ahora tenía sentido para Samuel y Nataniel. Para ambos, ya no importaba lo sucedido, sino que habían vuelto al mismo lugar donde inició su desventura y se alentaban, el uno al otro, a retomar el correcto camino que los unió en el peregrinar. Fue así como aprendieron a recorrer, juntos, el camino que los conduciría a aquel lugar, a la eternidad.
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