- ¿Qué tienes?
- No sé si quiero irme.
- Vah! ¿qué sentido tiene eso ahora? ¡Sólo vete, eres libre!
- Lo sé... es solo que ha pasado tanto tiempo que ya no recuerdo lo que es la libertad.
- ¡¿Qué te pasa?! No me salgas conque no quieres irte!
- Fueron veinticinco años...
- ¡Con mayor razón... tu condena terminó, vuelve a vivir!
- ¡¿Qué no entiendes?! ¡Veinticinco años! He pasado atrapado en este infierno más de la mitad de mi vida. No es tan fácil como piensas.
- No te entiendo. Hemos pasado cada día, cada hora, detrás de los barrotes, en estas celdas frías, ¡en esta maldita cárcel! soñando con el último día de nuestra condena... ¿Cómo puedes decir ahora que no sabes si quieres volver a la libertad? ¡¿Qué te pasa?!
- ¡¿Qué no te das cuenta?! Esta prisión es una selva, aquí no se vive, se sobrevive... no pude dormir bien durante todos estos años, no disfrute nunca una sola comida, hasta tomar una ducha era algo que prefería evitar... esta vida es una pesadilla, pero es la vida que me acostumbré a vivir.
Luego de estas palabras, el silencio invadió la celda 2 del pabellón A. De pronto el reo que culminaba su condena replicó:
- Después de que se me dictó sentencia, pensé que mi vida había terminado. No fue mi culpa, ¡yo nunca pensé que eso pasaría, fue un accidente!. Sin embargo, era demasiado tarde, el hecho estaba ahí flagrante, tenía que pagar mi condena.
Las primeras semanas fueron como estar en un mal sueño, del que no podía despertar, no conocía la vida aquí, mi mundo era mi celda, no porque me gustase sino porque me sentía tan lleno de orgullo que no fui capaz de levantar la cabeza y tratar de pensar.
Después de varios meses, finalmente, empecé una "vida normal". La rutinaria pesadilla era para mí un itinerario que debía cumplir pues sino, sentía que algo faltaba. Mi vida entró en un sin sentido. Caminaba por los pasillos de los pabellones, intentaba hablar con otros reos cuando lograba escabullirme de las riñas. Estaba tan desesperado de vivir encerrado en mi amargura que un año después de haber llegado aquí, decidí terminar de raíz con mi problema, lanzándome desde el balcón del quinto piso del pabellón de extranjeros. Lo tenía todo preparado, mis secuaces me escoltarían hasta el partenón y harían guardia para que los celadores no interfieran con mi misión. Pero la tarde anterior al día de mi auto ejecución, todo cambió. Encontré al pie de mi celda una vieja fotografía que tenía en escrito en manuscrito, en el reverso, esta frase: "Cuando sientas que no puedes más, mira esta imagen y recuerda que hay alguien que te está esperando con los brazos abiertos en el cielo", al voltearla, encontré una imagen que nunca más olvidé. Es que yo ya no podía más, quería morir, no soportaba vivir(...).
El otro reo lo miraba con atención y en su rostro había una expresión de asombro pues a pesar de haber compartido la misma celda por más de veinte años, nunca conoció esta anécdota de su compañero. El reo, que estaba a punto de recuperar su libertad, continuó con su relato:
- Desde ese día, empecé a hablar con el único que supo darme palabras de consuelo y alivio. Esa misma tarde conocí a Jesús. Con la ayuda de un guardia de seguridad, logré conseguir una Biblia y empecé a estudiar y descubrir quién es el Señor y quién soy yo. Podría asegurar que durante muchos años de vivir cercano a él, logré amarlo y acogerlo. Me sentía tranquilo porque aprendí el verdadero sentido de la libertad y solo fue cuestión de tiempo hasta que el día final en este calvario llegase. Sin embargo, ahora que ese día ha llegado y tengo que poner en práctica todo lo que gracias al Señor he aprendido, no quiero. Tengo tanto miedo de volver a empezar, no sé como empezar. Esta vida no es vida, pero estoy tan acostumbrado a mis hábitos y rutina aquí, que el simple hecho de entender que tengo que ser otro hombre, en libertad, un hombre de Dios, me asusta demasiado.
-Pero si ha sido el mismo Dios quien te ha enseñado, ¿por qué tienes tanto miedo de dar el siguiente paso?
El reo medita un segundo y responde después de un suspiro profundo:
- No lo sé. Sé que debo seguir pero no quiero, aprendí a amar mi vida aunque no me hiciera feliz.
- No deberías temer, si es Dios quien te lo ha mostrado, deberías hacerle caso. ¿O acaso esperas pasar otros veinticinco años aquí dentro mientras te decides si de verdad quieres vivir en libertad? A mí Dios no me ha mostrado nada de lo que te ha dicho a tí pero si eso pasara, no tendría miedo de hacer lo que Él me diga.
¿No te das cuenta? Dios te ha preparado para vivir de verdad... ¡ahora es tu oportunidad! Aprovéchala y sé feliz, empieza una nueva vida, en el Señor, porque ¡es Él mismo el que te invita a vivirla!.
- Tienes razón. ¡Estoy listo! Tengo a Dios conmigo, ¿a quién he de temer? Me iré y seré feliz porque Dios quiere que yo sea plenamente feliz.
Antes de partir, los amigos se dieron un abrazo prolongado sin decir palabra. El ahora ex convicto se marchó hacia la puerta y justo cuando estaba por abandonar su celda, se volteó y dijo:
- Creo que Dios ha obrado en mí, a través de tí, y no quiero partir sin dejarte esta imagen, que me animó a vivir la verdad y a encontrar al Señor. Mírala cada vez que la necesites y nunca olvides que estaré cerca por si me necesitas y te estaré esperando afuera... en libertad.
Para meditar:
Muchas veces, nuestra celda es nuestra propia vanidad, vivimos condenados a ser soberbios, a no perdonar ni a vivir la caridad. No siempre conocer a Dios nos deja exentos de esta prisión. Es tiempo entonces, de revisar nuestro interior y detectar si estamos presos en el pecado y la muerte o en la verdadera libertad que nos da vida y nos da paz.
Puedes meditar más a fondo leyendo Romanos 8.
Muy buena entrada Jean Carlos, no sabia que escribias. Creo que muchas veces confundimos la definicion de libertad con elección, o la ausencia de alguna clase de obediencia, o la posibilidad de hacer lo que se nos viene en gana.. Cuando en realidad libertad es eso, vivir de manera autentica, respondiendo a lo que hemos sido llamados. Pasate por mi blog cuando puedas ok. Saludos
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