Era el último año en la escuela de medicina. Phillip, un brillante y humanitario estudiante planeaba sus estudios de postgrado en la rama de cardiología, pues su pasión y amor por el prójimo eran tan grande como su corazón. Merryl, un destacado estudiante que había alcanzado importantes logros académicos a lo largo de la carrera tenía resuelto casi todo el papeleo para su postgrado en neurocirugía; práctico y bastante lógico, sabía que el núcleo de la inteligencia –el cerebro– era un órgano que él quería cuidar. A pesar de haber compartido un par de clases en distintos puntos de sus carreras, no fue hasta el viaje de presentación de postulantes a postgrados que lograron conocerse y entablar una amistad.
Merryl le contó de cuanto amaba la medicina y de su ferviente deseo de ayudar a las personas "a pensar mejor" –frase que él había articulado para referirse al tratamiento de pacientes neurológicos–. Phillip, en cambio, era alguien apasionado, ponía todo de sí en lo que hacía y su ideal era tratar los problemas del corazón –¡Es literal!, decía–. Ambos compartían la misma pasión y espíritu solidario. A pesar de tener caminos distintos y de haber empezado con temas estrictamente profesionales, poco a poco fueron dando cabida a la confianza y la fraternidad. Era tan fuerte el vínculo que los unía que fue sencillo encontrarlos, unos pocos meses después, emprendiendo viajes a lugares remotos a los que llevaron brigadas de atención médica y ayuda solidaria. Entre risas y diagnósticos, compartieron mucho más que lo cotidiano, creyeron conocerse tanto que llegaron a quererse y cuidarse como verdaderos hermanos.
Luego de varios viajes, de muchas horas de estudio –a pesar de ser especialidades diferentes– una noche de repente toda esta hermandad acabó. La situación fue muy difícil de asimilar por parte de Merryl. Phillip empacó sus enseres y molesto se marchó. –Es muy apasionado, ya pasará– pensó el futuro neurólogo, sin embargo su colega amigo nunca volvió. Después de muchos intentos y en vano tratar por mucho tiempo entablar un diálogo, Merryl claudicó. Los tan entrañables amigos ahora eran solamente colegas que, una vez finalizados sus estudios de postgrado, intercambiaban simples saludos cuando se cruzaban en los pasillos del Hospital Metropolitano de la ciudad. A pesar de haber sido Phillip el más afín a la afectividad, su corazón se endureció al punto de llegar a mirar con apatía e indiferencia a su, ahora, colega. Por otra parte, la praxis y tendencia a la lógica de Merryl no lograba explicar qué fue lo que sucedió, decidiendo esperar y nunca señalar a su amigo, tratando de cuidar de él –aunque de forma imperceptible– hasta que llegue el día en que reanuden conversaciones. Muchos meses pasaron y la cortesía no supero el olvido. Parecía ser que ya nada quedaba de lo que había sido tan grande hermandad.
Varios años más tarde cada médico desempeñaba con abnegación su trabajo. Trataban a sus pacientes con humanitarismo, entablando amistades y amenas conversaciones en las que terminaban narrando las muchas anécdotas de los viajes que habían realizado juntos, años atrás. Mas al notar que habían vuelto a mencionar a su olvidado amigo, con disimulo y ligereza sacaban de su mente recuerdos y afectos porque, según ellos, lo vivido no tenía relevancia alguna. Absurdamente contrario a lo esperado, este ejercicio los alejaba de sí mismos –y de toda posibilidad de encuentro con el otro– pues ambos habían elegido deshumanizarse y se castigaban con forzosos sesgos a momentos pasados que terminaban en frustración y amargura por creer que aún no habían superado ese tema.
No fue sino dentro de veinticinco años posteriores a la graduación que el momento del que tanto habían huido y el cual ya reposaba en el olvido llegó. Todos los colegas, de muchas ramas distintas y en su gran mayoría con una prestigiosa carrera a cuestas, disfrutaban junto a sus esposas de esta gran gala que sin duda se esperaba que fuese inolvidable. Cerca de la medianoche, la presentadora subió al escenario y participó su conmoción al rememorar todos aquellos emocionantes días de juventud y dedicación en las salas de clase y en las salas de emergencia del hospital, cuando apenas iniciaban sus horas de trabajo junto a los pacientes. Para cerrar con broche de oro la velada, la presentadora proyectó una recopilación de fotos de antaño. Merryl y Phillip disfrutaban mucho y reían a carcajadas al ver todas las locuras de juventud, mas el jolgorio de ambos se apagó al ver una foto de uno de los tantos viajes médicos emprendidos como amigos. Hasta ese entonces ninguno de los dos se había percatado de la presencia del otro. Luego de la foto y de la misma reacción insospechada en ambos, fue inevitable ubicarse con la mirada, con disimulo buscaron alrededor de todo el salón y se encontraron. Como si se hubiese cambiado los roles, Merryl tocado por la situación soltó su bebida y salió al atrio para no tener que castigarse una vez más por guardar con afecto los recuerdos de esa amistad que se suponía estaba olvidada. Estuvo alrededor de quince minutos caminando en círculos cerca del enorme portón de entrada y sin saber si quedarse o marcharse, prefirió sentarse en las gradas exteriores, soltó su corbata y reflexionó sobre todas las cosas que nunca supo, sintió un deseo tenaz de entender que fue lo que pasó, sin embargo, su lógica y su razón le decían que ya no había nada que hacer.
Phillip sintió amargura por dentro, sabía que por unos pocos errores, temor y orgullo, había perdido a un verdadero hermano. Lo supo porque al ver la proyección de la foto y recordar lo vivido sintió un pálpito atípico que solo calmó cuando vio a Merryl al otro lado del salón. Quiso acercarse a su amigo pero su corazón se había endurecido y prefirió quedarse en la mesa. Ordenó dos vasos de licor en las rocas y se sentó. La velada ya no fue igual, no quería quedarse. Agarró su chaqueta, sacó las llaves de su auto y caminó hacia el atrio buscando la salida. Antes de salir se detuvo, con una mano puesta en la cerradura de la puerta en ademán de abrirla, respiró profundo y volteó la mirada por última vez para hallar a su colega. Fue en vano. Merryl ya no estaba. Asintió con la cabeza en señal de aceptación de que era hora de partir. Salió del lugar y vio a su amigo sentado, con los codos apoyados en sus rodillas. El sorpresivo evento no pudo con su impavidez. Tomó aire y con sigilo se dirigió por un costado del atrio para evitar ser atrapado escapando infraganti de la escena.
–Phillip– dijo Merryl con voz trémula –¿Volverás a escapar sin decir palabra alguna?–
El escapista se quedó de espaldas a su captor y aguardó en silencio durante unos breves segundos.
–Merryl, es tiempo que hablemos– respondió Phillip.
–Fue al finalizar nuestro postgrado. Estábamos tan concentrados en nuestros estudios que sin darnos cuenta empezamos a volvernos egoístas. Dejamos de disfrutar de lo que hacíamos, discutíamos y cada uno tenía una postura radical y veraz que no estábamos dispuestos a cambiar ¡era nuestro último año y teníamos que jugarlo todo por el todo!. Nos volvimos funcionales, nos reuníamos para tratar casos clínicos y luego cada uno a su estudio. Nunca lo supiste pero en aquella época perdí a mi hermano menor, sí, aquel de quién tanto te hablé que padecía esa enfermedad degenerativa en su cerebro que afectaba todas sus funciones motrices. Cuando su salud empeoró, fui a tu celda en busca de ayuda, un diagnóstico distinto o un tratamiento nuevo para tratar de que se recupere. Fue en vano. Estuviste tan ocupado preparando casos. Cada vez que esperé hallar en ti alguna solución o al menos el descanso fraterno de la tristeza que embotaba mi corazón. Me dijiste que esperase, que pronto volverías y hablaríamos de lo que necesitase. ¡Ni siquiera me escuchaste! De a poco fui cambiando y ya no tuve fuerzas para buscarte. Mi hermano murió y tu ni siquiera te enteraste. En unos pocos meses me quedé sin mis dos hermanos y no podía hacer nada para remediarlo. La noche antes del examen final tomé la decisión de seguir. Tu aprovechaste de mí lo que necesitaste, ahora no había razón alguna para continuar siendo amigos. Por eso me armé de valor y partí– Phillip terminó su discurso sin voltear. La expresión de su rostro era rígida, su mirada implacable y su voz enérgica. Su corazón se había vuelto de roca.
Merryl no podía creer cuanto había escuchado. En su interior, se culpaba por haber fallado. Nunca quiso que eso suceda. Sabía que el tan esperado encuentro había tomado un giro inimaginado y que era muy probable que esa sea la última vez que intercambie palabras con su amigo. Dubitativo, se acercó a Phillip, se paró unos pocos pasos a su costado y replicó consternado:
–Pedirte perdón por mis errores no remediará en nada lo sucedido. Es verdad que he fallado y que no estuve ahí para ti cuando más lo necesitaste. Sin embargo no es cierto que mi intención haya sido utilizarte o sacar provecho de tu ayuda. Fue mi manera de demostrarte que eras importante para mí, hermanito menor. Dejarte ser parte de mis luchas y esfuerzos por cumplir esa meta era la forma que consideré oportuna en aquel momento. Si no hubiera sido así, hoy no estuviera aquí, esperando el momento de hablarte y decirte cuánto te quiero y te extraño. Que han sido muchos años que tuve que convencerme de que había perdido a mi hermano más querido y que debía continuar. Fueron muchos años de peleas conmigo mismo por recordarte y ansiar volverte a verte y darte un abrazo de bienvenida.
Tu también has fallado, Phillip, porque no supiste confiar. Me confinaste a mas de quince años de abandono a cambio de unos pocos meses que yo lo hice contigo, sin intención de lastimarte, solo trataba de salir adelante en aquel reto tan desafiante de mi juventud. Sí, reconozco que fue inmadurez, pero era la primera vez que tenía un hermano, no supe cómo manejar la situación y ahora, dieciocho años más tarde vuelvo a experimentar el mismo temor de volver a verte partir–.
Phillip parece no querer deponer las armas. Merryl no sabe qué decir en su defensa.
–Hemos llegado hasta aquí no por un deseo de retomar la hermandad. Simplemente se ha dado la oportunidad de hablar–, aclaró Phillip. –No te estoy diciendo que no me hayas ayudado o que no hayas estado ahí para mí, te estoy diciendo que el egoísmo es contraria a la amistad y las situaciones dejadas en el olvido tarde o temprano terminan pasando factura. Ahora es mejor que sigamos nuestros caminos, tal vez mas adelante la vida nos vuelva a juntar y podamos volver a ser los hermanos que antes fuimos. Tal vez no. No lo sé.
Merryl aceptó la petición de su amigo, no porque no le importase sino porque lo quería y sabía que una verdadera amistad es capaz de superar la adversidad, el tiempo y la distancia, y que sobretodo se forja en la libertad de escoger a ese amigo, con aciertos y errores, con defectos y virtudes. La verdadera amistad nos da la libertad de caminar con quien se conoce y se es capaz de esperar el tiempo que sea necesario hasta que llegue el tiempo de edificar, aún cuando el terreno sea fangoso o escabroso.
Phillip también lo sabe, después de todo, ambos llevan en su corazón la amistad del otro y saben que el resentimiento y el dolor solo pueden ser derrocados con amor fraterno, esperanza y fe.
Los amigos se despiden estrechando sus manos, sonríen y se marchan en paz al saber que su amistad ha sido sembrada en lo profundo de sus corazones y cultivada en el deseo común de poner su vida al servicio de los demás. Este tan profundo anhelo de caridad mantendrá a los hermanos siempre unidos y eso nunca nada ni nadie lo podrá cambiar.
Comentarios
Publicar un comentario