Aquella noche fue diferente a todas las otras noches. Caía la tarde y todo transcurría de forma habitual entre quehaceres, ajetreos laborales y maromas para llegar a tiempo al grupo de labor social con los indigentes del albergue municipal al que asistía hace unas cuantas semanas atrás y en el cuál encontré –al igual que mis compañeros– un lugar en el que quería estar. Era esa noche como cualquier otra. Sentados junto a los indigentes, platicando, aconsejando y escuchando amenas conversaciones matizadas por las aventuras y desventuras vividas por nuestros sencillos amigos a lo largo de su tan magullada vida. En un ambiente de confianza, los vestidos, la situación económica, los problemas y todo lo exterior era accesorio; lo que hacía tan peculiar esta convivencia –aunque momentánea– era la amistad y el deseo de estar juntos los unos a los otros. El albergue cobijada aproximadamente a 150 personas, de todas la edades, entre adultos y niños. Nosotros, apenas 12 voluntarios, asis...