Creía que había tenido un mal día, de hecho, en aquella ocasión bien hubiera protestar por toda su historia. En su memoria, una infancia sin recuerdos, una juventud en soledad y el resto de la vida enfrentando una enfermedad crónica; que hicieron de Noah un hombre amargado, uraño y enfermo, incapaz de tener un gesto de amabilidad con cualquiera. La vida había arremetido con fuerza contra él y había decidido no permitir un atropello mas. Para colmo de males, su condición física degeneraba y por orden del médico, tuvo que retirarse a vivir entre las colinas de Saint Nazaire, al sur de Francia, un sitio tranquilo rodeado de pinos de copas muy altas y una paisaje admirable.
Tres meses después de instalado en el lugar, el ermitaño Noah despertó una madrugada con un fuerte dolor en el pecho. Creyó que había llegado su fin así que, entre espasmos y malestar, se despojó de sus abrigadas prendas y ligero en ropas avanzó hasta la terraza junto a su dormitorio para esperar a que el momento que acabaría con su sufrimiento llegue. En el exterior, la temperatura había bajado a los 11 grados. Sus piernas tiritaban de frío pero la punción en su pecho, que para ese entonces era mas fuerte, no daba tiempo a percibir nada mas que dolor. Quiso sentarse y agarrar su pecho pero prefirió apoyarse en el pasamanos y estrujarlo con fuerza, como si fuese el mismo quien con sus propias manos quisiera dar la estocada final a su magullado corazón. Su rostro empezó a ponerse cianótico, sudaba y una corriente helada recorría su cuerpo. Eran los segundos mas largos de toda su vida. En medio de la agonía y cuando el cielo empezaba a clarear cuando divisó a poco mas de un kilometro de distancia una pequeña y rústica casa de la cual humeaba su chimenea. Respiraba con dificultad, el dolor agudizaba y de a poco su semblante se deterioraba. Dobló sus rodillas sin soltar el pasamanos. A pesar de haber deseado ese momento durante toda su vida, al verse frente a la muerte, no atinó mas que aferrarse a la fría baranda de madera de la terraza exterior de la rudimentaria casa. Aunque deseaba soltarse y dejarse caer, algo desde lo profundo de su ser lo alentaba a luchar, aún incluso en contra de su voluntad. Sin lograr entender porqué, se sostuvo de la baranda tan fuerte como pudo hasta que, finalmente, su pesada y agotada humanidad se desplomó.
Su cuerpo yacía ahí, tendido sobre la terraza de madera, solo, frío, abandonado. Noah reaccionó tras varias horas de inconsciencia. Se incorporó con mareos y de rodillas buscó un lugar para abrigarse y ponerse cómodo. Entró a su pieza, cerró la puerta y se recostó. No sabía cuanto tiempo estuvo así, solo veía la luz del sol brillar. Su cuerpo necesitaba descanso pero su alma clamaba libertad. Débil y tembloroso, tomó una frazada por capa y salió sin dirección aparente. A paso lento pero constante, emprendió su recorrido en aquel hermoso lugar en el que vivía hacía varios meses. A escasos metros descubrió un lago lleno de cisnes, los rayos del sol al pasar entre los pinos daban un hermoso concierto de luces y sombras, todo un espectáculo natural ante sus ojos y Noah en todo ese tiempo ni siquiera lo notó.
El solitario sendero junto al lago lo condujo hacia una pequeña y vetusta casa de madera en la que humeaba su chimenea. La imagen le era familiar y supuso que era la casa que había divisado durante el episodio en su terraza. El inconmovible hombre sintió de repente el deseo de espiar hacia el interior. Lentamente se acercó a la ventana pero no encontró nada. Dentro de la casa, solo el fuego en la chimenea y cerca un catre. –Como quisiera estar ahí!–, pensó Noah mientras se abrigaba con su manta en esa fría tarde. Decidió volver a casa y se puso en marcha.
Camino de regreso, empezó a pensar en el episodio de aquella madrugada y trataba de entender por qué se aferró tanto al pasamano de madera. Luego pensó en esa casa vacía, en el fuego abrasador y en el catre que pareciera que lo invitaba a disfrutar de ese calor. Sus pasos aún eran lentos, ya no por el dolor sino por la necesidad de extender su camino hasta hallar respuestas pero a pesar de eso, el camino parecía haberse extendido al menos diez veces. Tras caminar sin llegar a su destino, sintió el cansancio y se sentó junto a una gran roca en la que se recostó y tomando su frazada se abrigó. Miró a su alrededor y empezó a percatarse de la belleza del paisaje. La brisa lo rodeaba como invitándolo a platicar. Noah creyó estar loco pero estando a solas y luego de lo que le había ocurrido, animándose a aceptar lo que el creía que era una invitación, sonrió.
–No estoy acostumbrado a la compañía–, le advirtió.
Noah sintió que la brisa lo envolvió. –Creo que estoy delirando–, se decía a si mismo. Pero como quien juega, decidió continuar su diálogo. –Está bien, si quieres, quédate conmigo–, le dijo.
La brisa levantó unas hojas secas del suelo y Noah ahora sabía que estaba acompañado. El viento seguía enmudecido.
Noah se puso en pie diciendo: – ¿a qué has venido. qué quieres decirme?– mientras seguía con la mirada el vaivén de las hojas. –¡Mira que esta mañana casi muero, pero no he querido, eh! Y necesito que alguien me diga porqué–.
La brisa corría con mayor intensidad, las hojas nuevamente se levantaban, los cisnes graznaban y los pinos se estremecían. Pareciera como si todo a su alrededor gritase la respuesta que Noah buscaba.
Todo esto ocurría mientras el, sintiéndose en libertad para expresarse, gritaba al viento, como reprochándole lo que él consideraba sus penurias.
–¿Por qué me abandonaste toda mi vida y no apareces sino hasta ahora? ¿Por qué nunca escuchaste mis plegarias ni calmaste mi dolor? ¿Por qué no me dejaste morir? ¡Dime el porqué, te lo ruego!
De las alturas se escuchaba truenos que no cesaban de rugir, como respondiendo el clamor de su interlocutor.
Para ese entonces, Noah no esperaba respuesta pero sentía un deseo tremendo de liberar su corazón de la opresión –después de todo, se pasó la vida entera soportando en amargura, soledad y dolor, todo lo que le había tocado vivir–. Dispuesto a exigir respuestas a aquel que le escuchaba, increpó:
–¿Quién eres tú y quién soy yo? ¿Por qué hiciste esto de mí? ¡Responde!–.
La brisa corría con mas fuerza, todo a su alrededor sufría con el, gritaba, gemía. Noah lo percibía pero no lo entendía. Deliberada cada pregunta y mientras más pasaba el tiempo, mayor era el dolor. Gritó y reclamó su infortunio, sus oportunidades perdidas. Habiéndose quedado sin aliento y sin nada mas por qué reclamar, cayó de rodillas al suelo y exhaló una gran bocanada de aire que lo dejó casi sin respiración. Era la primera vez que hacía esto y que experimentaba esa sensación en su interior. Mientras tanto, el exterior también volvía a la calma junto con el.
Noah aún clamaba respuestas y a punto de perder la esperanza de conseguirlas, cayó sentado sobre el rocoso y húmedo suelo. Sintiéndose derrotado y vulnerable ante aquella fuerza que estremeció su interior, imploró:
–Mi corazón te escucha–.
De pronto, la brisa empezó a soplar con fuerza y Noah escuchó una voz.
–Sé quién eres y sabes quién soy yo–, replicó la voz. –Tu fuiste para mí un predilecto y elegí para ti un camino, que aunque duro, sería el único medio para que tu realices aquello tan importante que pensé para ti. Y tú, pequeño, abandonado por todos pero no por mí, no supiste escucharme cuando te hablaba. Ahí estaba yo, en la brisa, en tus amigos, en tu corazón–.
La brisa corrió ligera, como acariciando a Noah y el, con el corazón abierto a la escucha, simplemente se dejó.
–Es que yo te di ese corazón, Noah–, prosiguió la voz. –Conozco su valor y a pesar de que no supiste acoger mi amor y aunque no fuiste tu quién cumplió mi pasión, me aseguré que aquellos que dependían de ti reciban, de todos modos, mi favor–.
Noah sintió un su alma el pesar de escuchar aquellas palabras que revelaban su egoísmo, insensatez y falta de amor y de valor. Aunque quiso defenderse, de su boca no salían palabras. Su única capacidad era la de escuchar aquella voz.
–Yahora, Noah, quiero que sepas que cuando te aferraste a la vida, en realidad te aferraste a mí. Tú deseabas morir pero tu alma, creada por mí se negaba a llegar a su fin–, declaraba la voz con compasión –Si de ti dependiese, pasarías el resto de la existencia condenado a todo aquello que elegiste vivir, pero tu corazón gritó a mí, justo en el momento que tu camino ya no dependía de ti sino de mi y tu deseo fue concedido y ahora estás muerto. Mas, el amor que te tengo y el que tu, en lo mas profundo de tí es lo que te ha traído ante mi–.
Noah no podía creer lo que estaba escuchando y ahora ya nada podía hacer. Toda la vida negó a su Dios y ahora, frente a él, no cabía mas la duda ni el temor. La verdad le había sido revelada.
–Vi tu corazón ahí, apesadumbrado, sufrido y necesitado de amor, de mí, que no hice mas que volver a apostar por ti y te di una última oportunidad. Y finalmente lo lograste, me descubriste ahí abrazándote a ti, rompiste las cadenas del dolor, confiaste en mi, volviste a mí y me dejaste ser tu Dios y disponer de ti. Hiciste lo que desde siempre quise recibir de ti, un corazón libre, abierto a la escucha, listo para mí. Y ahora que no tengo nada que reprocharte, quiero darte aquello que tanto reclamaste y que desde la eternidad quise darte. Pasa junto a mí porque tu corazón ha vuelto a mí y ahora podrá descansar tranquilo en mí–.
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