Es el cumpleaños de Favio José y toda su familia, numerosa y acaudalada, llega desde varios puntos de la ciudad a verlo, felicitarle y darle su presente. Los primeros en llegar son sus abuelos, tan chochos y querendones quisieron dar a su nieto primogénito el mejor de los obsequios y le compraron una pista de carreras con espacio para tres carritos, simultáneamente, que giran 360 y saltan hacia la recta final que definirá el ganador de la compentencia. Favio José lo abre, sus ojos brillan de la emoción, intenta empezar a armarla y de repente, se da cuenta que entre las muchas piezas por armar que las tías y sus primas llegan. Le siguen el tío Otto y su esposa Bella, las primas sacan unos zapatos de su caricatura favorita, son luces, sonidos y una piezas de no sé qué que salen de la parte posterior; los tíos le han traído un carro a batería para dos personas, es un carro policía, es un sueño, Favio José está encantado, sus juguetes cada vez más grandes hacen que sus cortas manos parecieran alargarse para poder abarcar todo. Es su cumpleaños y se reunen amigos, familiares y hasta unos cuantos desconocidos. No importa! todos traen regales cada vez más y más deslumbrantes. Son tantas personas y tantos presentes, que Favio José no ha podido jugar más de cinco minutos con alguno de ellos pues ha tenido que recibir el siguiente.
Ha pasado más de una hora y Favio José está perdido entre una montaña de obsequios, uno menos modesto que el otro, son un sueño, hay de todo y para todos, es increíble. Todos lo están pasando muy bien: la familia disfruta de una deliciosa tarde entre tapas y copas, los niños jugando en el patio de atrás, los adolescentes ocupando su tiempo en sus celulares o el internet y Favio José está feliz, nadie se percata del cumpleañero y él juega imparable con su mejor presente... una caja vacía de cartón. Su madre, al verlo, le quita la caja y lo pone junto a sus juguetes nuevos. El niño los mira, no sabe por cuál decidirse, el solo quiere jugar, voltea y se dirige hacia su caja de cartón. Todos sonríen y mueven su cabeza de izquiera a derecha, ninguno entiende por qué el niño elige esa simple caja de cartón. Nadie es capaz de entender la diferencia entre lo esencial y lo superficial. Y cuántos años tiene Favio José? Cinco.
Para reflexionar:
Al crecer, los adultos vamos perdiendo, sin darnos cuenta, de esa capacidad extraordinaria que tienen los niños para ser felices. Con el pasar del tiempo cambiamos nuestra pureza por ropa de moda, aparatos tecnológicos y cosas que no duran más allá de veinticuatro horas. Trabajamos para vivir y olvidamos para qué es que vivimos. Llenamos nuestra vida de trofeos y adornos que solo reflejen lo que hemos logrado en la vida: títulos, automóviles, casas, viajes, una esposa hermosa e hijos excepcionales. Todo es medible en la medida en la que crecemos y, por supuesto, pretendemos que todo el mundo sepa lo que hemos alcanzado.
Pero existe también aquellos adultos que somos como Favio José, no hemos perdido del todo la inocencia y la pureza, y no hablo precisamente de la del cuerpo, sino mas bien la del alma. Asi como Favio José, recibimos muchos cumplidos y presentes de personas que, aunque cercanas, solo se quedan en apariencias y detalles onerosos pero sin valor, entregados como una formalidad o simplemente por cumplir. Si guardamos algo de esa pureza del alma, nuestros ojos volverán a ser tan puros como los del niño que hicieron que esa caja deje de ser una más entre todas las cajas y la convirtieran en el mejor juguete que pueda tener. Para él, lo esencial no estaba en lo particular de cada regalo sino en que sea capaz de divertirlo y hacerlo feliz.
Partiendo de este principio, me hago la pregunta: ¿Qué tipo de adulto soy yo? El que se deja vislumbrar por las apariencias que veo en el mundo ó el que prefiere ver lo esencial, que aunque no sea lo más valioso "a simple vista" es lo que en realidad necesito? Es lo mismo decir, ¿Cuánto puede valer una caja de cartón? Nada! Es que el valor de las cosas y de las personas es inmesurable. Es tiempo de hacer un alto, procurar empezar a ser como Favio José, a ver lo esencial en las cosas y también en las personas y de empezar a hacer extraordinarias las cosas ordinarias; teniendo en cuenta que si no lo hacemos podríamos quedar en medio de esa montaña de juguetes caros que no nos dejan ver nada y que nos tienen sepultados en vida.
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