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El encuentro con el extraño hombre desgarbado

- Está todo listo o hace falta algo?- pregunta Salma dando un grito desde la puerta de entrada de la casa.
- No lo sé, estoy en eso!- responde su agitado esposo mientras sube por las escaleras al desván. Ella espera el aviso de su esposo y se mantiene ocupada dando indicaciones al personal de mudanza. Entre  apilar cajas y muebles, pasa más tiempo del previsto y aún Marcelle no ha aparecido. Un par de indicaciones más y Salma se dirige al desván preparándose para encontrar a su esposo ojeando entretenido aquellas fotografías viejas que tanto le gusta ver. La tarde ha caído y entra poca luz del sol. Asoma su cabeza por la compuerta de entrada y ahí está, sentado en el suelo y con las piernas dobladas para caber en aquel reducido y solitario espacio. Junto a él, una caja de cartón, mediana, abierta y cubierta de polvo. Marcelle tiene entre sus manos una hoja de papel. Su mirada está como perdida.  Callado, contempla aquella imagen en una especie de letargo. La esposa se le acerca y pregunta -estás bien?- él no responde ni sale de su transe. Ella se hinca junto a él y lo abraza por la espalda, apoyando su mentón en su hombro. Le intriga el ver así a Marcelle sin embargo elige no presionarlo. A pesar de  haber varias temas que no conoce de su esposo, lo ama y conoce bien, sabe en qué momento es mejor callar y solamente estar. Acaricia su cabello y besa su cabeza. Ni siquiera intenta mirar el papel que su esposo tiene en sus manos. Ella es una mujer paciente y sabia. No entiende qué sucede pero permanece junto a él. Solo sabe que así debe ser.

Marcelle, para ella, es un buen hombre. Se conocieron en la Universidad de Lübeck. Son una pareja joven. Desde el primer momento, supieron que sus vidas estarían unidas para siempre. Ella es oriunda de Ulm. Él es inglés y vive en Lübeck desde que era niño. Han compartido muchas cosas, aunque él siempre ha sido reservado con temas familiares y el porqué salió de su país natal. Salvo esa excepción, en todo lo demás, Marcelle es un hombre y esposo ejemplar. Salma es prudente y sabe que el momento de conocer la verdad llegaría un día.

El personal de mudanza está afuera, aguardando el aviso de los esposos para partir. A Salma eso no le preocupa pues está dispuesta a esperar el tiempo que sea necesario hasta que su esposo pueda incorporarse nuevamente.

Marcelle permanece inmutado. Tiene una hoja de papel doblada entre sus manos. Vuelve la mirada hacia su esposa y la sienta frente a él. Ha llegado el momento de contar la parte de su historia que nona contado.

- Hace muchos años, siendo yo aún pequeño, con mi familia viajamos a Southport Pier, uno de los puertos más grandes de Inglaterra. Allí circulan miles de personas diariamente. Rumbo al muelle, tropecé y mi bolsa de canicas cayó al suelo. Solté la mano de mi padre y me dispuse a recogerlas rápidamente. Me tomó varios segundos mas al levantar la mirada perdí de vista a mi familia, que de por sí era bastante despistada y poco cuidadosa. Busqué con la mirada alrededor pero fue imposible en medio de tanta gente. Sentí pánico. Miré una y otra vez en todas las direcciones y no lograba hallarlos. Sin saber qué hacer, caminé hacia una pila de cajas de madera que estaba en un área despejada y me senté, confiando en que mi padre o mi madre estarían buscándome y me quedé allí para que me encuentren fácilmente. Angustiado, lloraba por la desesperación. El montón de cajas me protegía de las personas. Estaba oculto en medio de ellas. Esperé por largo rato y sin darme cuenta, me dormí. No sé cuanto tiempo fue, solo recuerdo que desperté por un temblor muy fuerte y un ruido como de cadenas en movimiento. Me había sentado en una plataforma de carga y estaba siendo embarcado en un buque de mercancías. Así, sin conocer mi rumbo fue como empezó mi viaje hasta aquí. Grité pero el ruido no permitía que se escuche mi voz trémula. Al asentarse la plataforma, la compuerta superior se cerró y solo entraba un grueso haz de luz que iluminaba a unos pocos metros de donde yo estaba. El buque zarpó y no tuve mas opción que esperar hasta que alguien me encontrase. Me moví hacia donde alcanzaba el rayo de luz y me senté abrazando mis rodillas. Mi corazón latía a mil por hora, tanto, que pensé que moriría de un infarto. El lugar era incómodo, decidí recostarme sobre unos costales y volví a quedarme dormido. Al despertar, junto a mí se encontraba un hombre, de aspecto desgarbado, barbado y de ropas harapientas. Todo él lucía sucio, excepto sus manos, que aunque me llamó la atención, no fui capaz de iniciar el diálogo con un extraño. De pronto, alzó la mira y me dijo que no me asuste. Que todo estaría bien. Yo no dije nada, pensé que me mataría. Al notar mi agitada respiración me dijo que sabía lo que me había sucedido y de cómo había llegado hasta allí. Que no tenga miedo. Que era mi amigo y que cuidaría de mí. Me habló de algo que él quería que yo hiciera por él y que esa era la razón  por la que todo ese asunto me estaba pasando. Insistió mucho en que en ese momento no lo entendería pero un día volveríamos a encontrarnos y que yo sabría que todo lo que me estaba prometiendo se habría cumplido. Que yo sería muy feliz. Me dijo todo esto para tranquilizarme, pensé. Él respondió diciendo que podía ver mi corazón a través de mis ojos. Que lo conmovía. Que me conocía desde siempre y que estaría conmigo para siempre.

El diálogo fue corto, sin embargo estuvimos charlando durante casi todo el viaje. Al hablarme de todas estas cosas que no entendía, mi angustia se disipaba y empecé a escucharlo con mayor atención. No supe por qué pero descubría que ese extraño hombre desgarbado no me haría daño, por alguna razón me inspiraba confianza -aunque me confesó que poca gente se le acercaba-. El buque tardó alrededor de diez horas en atravesar el canal de la Mancha. Fue muy curioso que cada vez que le preguntaba su nombre él sonreía. Recuerdo que a mitad de la plática mi estómago empezó a gruñir. Él sacó unas piezas de pan y me dio de comer -no sabía de donde las había sacado pues no traía ni bolsillos ni equipaje- sin embargo, mi hambre fue mayor que mi curiosidad y comí. Quedé satisfecho y me dormí. Tuve un sueño en el cual aparecíamos los dos, el extraño hombre desgarbado -que con su voz había calmado mi angustia- y yo. Al despertar lo busqué con la mirada por todos lados, quise contarle mi sueño pero él ya no estaba. Me enojé porque me había abandonado, salió de allí sin cumplir su promesa de que cuidaría de mí.

Una hora mas tarde el barco atracó. En el puerto nadie hablaba inglés y yo no no sabía alemán. Supuse que ellos me veían como un polizón y me dejaron ir. Sali del puerto, caminé sin rumbo pero no estaba calmado. Hubo un sendero estrecho, lleno de árboles frondosos, tanto que no dejaban pasar la luz del sol, era un tramo oscuro pero yo no sentí miedo, solo deseaba llegar. Unos pocos kilómetros más adelante, por mis pies cansado me senté en la acera, me quité los zapatos de suela y empecé a masajear mis pequeños piececitos que no estaban acostumbrados tan duro trajinar. Deseé mucho estar en mi hogar. Hacía frío y estaba muerto de hambre. De repente, una mano con una pieza de pan se asomó por encima de mi hombro. Me alegré porque pensé que era el extraño del barco, pero no fue él. Se trataba de una monjita, de edad avanzada. Me sonrió y me dijo que no debería estar solo en medio de ese frío. Me invitó a pasar a su casa y me dio de comer. Había llegado a un albergue regido por los miembros de una iglesia local. Allí conocí al Padre Hanz. El me acogió y cuidó de mí el tiempo que fue necesario. Insistía en que buscase a mi familia y notificó a las autoridades. No sé por qué pero no le conté lo que había sucedido. Extrañaba mucho a mi familia, mas, sabía que tenía que permanecer allí. 

Después de varios años contacté a mi familia y les conté que estaba bien y lo que hacía en Lübeck. Los visité un par de veces. Fue un reencuentro muy agradable, incluso me pidieron que me quede pero yo sabía que mi lugar ya no estaba con ellos. Elegí dejar a mi padre y a mi madre y continuar con lo que ya había empezado, que era algo que yo tenía que hacer. A mi regreso, junto con el Padre Hanz fundamos un albergue para niños abandonados. Además de acogerlos y velar por sus necesidades materiales, les enseñamos a conocer y amar a Dios. Los ayudamos a tener una vida mas allá del dolor y el abandono del que fueron víctimas. Fue una etapa muy dura y nos costó mucho sacar a esos niños adelante, en sus corazones había heridas muy profundas, sin embargo, con amor y mucha paciencia empezamos a ver resultados, todo era cuestión de tiempo pues no hay nadie que no se rinda ante el amor. Desde entonces, pasamos nuestras vidas demostrando a quienes llegan al albergue que la vida tiene un sentido y que la misericordia es la relación entre la justicia y el amor. Aquel punto en el que todo lo malo que nos sucede, aquello que parece injusticia y maldición -como cuando de niño me perdí en Pier- es precisamente el punto en el que Dios nos encamina hacia su amor y nos cubre con su misericordia. Nos protege y logra sacar de ese mal inicial, un bien mayor. En el albergue rescatamos a los niños del dolor y los lanzamos al amor del Padre. 

Mi vida universitaria, mis amigos, al Padre Franz y lo que hago lo sabes bien y tu ayuda es muy valiosa para mí. Si antes no te dije, no fue porque me avergüence o porque desconfíe de tí, simplemente fue porque el momento de hacerlo no había llegado-.

Su esposa lo miraba conmovida y no pudo contener la curiosidad. Mirando el papel en sus manos, le preguntó: Qué dice ese papel, por qué lo contemplabas de ese modo, cómo si se hubiera detenido el tiempo?

Él respondió: cuando llegué a Alemania, al atracar el barco desperté y no encontré al extraño hombre desgarbado que conocí y con quien dialogué. No supe que hacer con el sueño que tuve. En mi primer día en el albergue del Padre Franz, tomé un lápiz y dibujé lo que había soñado. Hoy, al levantar esta vieja caja, ese dibujo cayó a mis pies. Al levantarlo y verlo, tuve la sensación de que esta escena no fue un sueño sino algo que en realidad pasó y que se quedó grabado en mi memoria, como si lo hubiera soñado. Hoy es el día en el que el extraño hombre desgarbado y yo nos volvimos a encontrar y en que  descubro que aquello que me prometió se ha cumplido en una feliz realidad. Míralo.



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