Llegó el gran día. El alpinista se prepara para coronar uno de los montes más altos de Escandinavia. Se despierta temprano y se dirige hacia su armario. Agarra su equipo de alpinismo y lo revisa dos veces, pues no quiere correr el riesgo de fallar -sabe muy bien que allá arriba, el más mínimo error le puede costar muy caro-. Tras practicar este deporte durante varios años, alpinista ahora tiene la seguridad de lo que sabe, al ver las herramientas, hace un "check" casi mentalmente: cuerdas, estáticas, dinámicas, casco, mosquetones, bolsa de magnesio, arnés, calzado, lentes de sol, linterna, navaja, mapa, brújula y el piolet; el resto es secundario.
El día pinta bien pero por la experiencia, sabe que a lo largo del camino el clima puede ser traicionero. Es mejor encomendarse, para no perder la fe, cuando se está varios miles de kilómetros cuesta arriba. El alpinista se marcha presuroso a recorrer un nuevo camino, aunque desconocido, pero que le plantea un desafío demasiado tentador como para dejarlo pasar solo por el miedo a perder. Así es la vida del alpinista, sabe que su jornada bien podría ser la última, sin embargo eso no lo detiene. Lo único que lo motiva a intentarlo es llegar allá arriba, donde pocos podrán llegar y sentir la gloria de haberlo logrado.
Conforme avanza, su paso se va volviendo más lento. Pronto siente los estragos de la falta de oxígeno. Es mejor llevar barras de chocolate para compensar la energía de las calorías consumidas. Por momentos es preciso detenerse para aclimatarse, seguir por un sendero sin parar es imposible. La temperatura es cada vez más baja, el frío entra hasta los huesos. En el ascenso es normal encontrarse con picos rocosos, en los que la nieve escasamente cubre totalmente sus cotas. Es un paisaje asombroso pero no es posible disfrutarlo a plenitud pues el cuerpo cada vez se va degradando mas y mas por la poca oxigenación. Es de sensatos reconocer cuando no se puede avanzar más, el cuerpo merece descansar. Mañana será otro día y el trayecto restante aún es largo.
Comienza otro día y hay que continuar. En condiciones normales, las primeras horas del día serían las menos complicadas pues la energía está repuesta y el deseo de llegar a la cima es más fuerte. En las condiciones de este camino, estrecho, rocoso, gélido y solitario, la noche no necesariamente implica descanso. La temperatura es excesivamente baja, la nieve y la fuerza de los vientos obligan al alpinista a mantenerse en vigilia, solo por precaución. Sin embargo, hay que continuar. No importa cuantos pasos se logre dar ni cuantas grietas se logre atravesar, sino se llega a la cúspide y si no se corona el nevado, la carrera no habrá valido la pena. El alpinista lo entiende y anhela llegar a aquel lugar inalcanzable para muchos, el cumplir sus anhelos es lo que lo alienta a esforzarse y a no perder la esperanza.
Pasan los días y el alpinista sigue ahí, perseverante, constante. Este deporte es solo para aquellos que no tienen miedo a nada. Están solos en el camino y su única compañía es la inmensidad de la creación que lo contempla con nostalgia. El alpinista siente que no puede más, cuando está a punto de rendirse, recuerda a los suyos: familia, amigos, lo recuerda todo. Sabe que no puede parar y que tiene que completar su travesía. Sabe que aunque se siente solo, su esfuerzo es necesario para que otros, tarde o temprano, se arriesguen a vivir la fascinante aventura de vivir a plenitud. El sacrificio que hoy hace por alcanzar su anhelo, será mañana la invitación para que otras personas se atrevan a soñar. Sabe que tiene que luchar contra sí mismo, sabe que a pesar de llevar el equipo y la experiencia a su favor, nunca estará completamente a salvo, mientras no lo haya logrado. Sabe que cuando haya llegado a la cima, todo lo vivido tendrá sentido y que el gozo de su alma no se lo arrebatará nadie. Y es que desde siempre, el hombre ha tenido un interés por alcanzar lo que a simple vista parece inalcanzable. Durante siglos, muchos veían las montañas y no se atrevían a experimentar la aventura del vivir, por miedo, por desconocimiento, por no querer descubrir qué hay más allá de lo que sus ojos pueden ver. Es por esto que durante siglos, también ha existido hombres como el alpinista, dispuestos a aceptar el desafío, que prefirieron arriesgarlo todo para descubrir hasta donde su voz interior los podía llevar.
Han pasado siete días desde la partida. Hoy es el último tramo del monte escandinavo. Es casi imposible respirar. La cantidad de oxígeno es casi la tercera parte del que se encuentra a nivel del mar. Pero la meta está tan cerca que al alpinista ya no lo limita su cuerpo, es más fuerte el anhelo de llegar. Después de, aproximadamente, una hora de trayecto, lo logra. Se queda con la mirada fija el suelo pues quiere atesorar la primera escena de la eternidad, allá arriba, sea perfecta. Antes de levantar su mirada, camina unos metros para coronar la montaña. Durante este breve recorrido final, en medio de la conmoción y de la incredulidad, da gracias a Dios por permitirle estar ahí. Eleva su rostro, lleva sus manos hacia su rostro y se llena de júbilo por estar ahí. Sabe que no fue fácil pero también sabe que valió la pena haber seguido a pesar de tantas caídas, de no tener la fuerza para avanzar y haber atravesado todo ese camino estrecho por el que peregrinó hasta el final. Corona la cima del nevado, se descubre el rostro, eleva sus brazos y contempla la creación, desde una perspectiva que nunca antes conoció. Siente deseos de llorar, siente deseos de gritar, es la emoción... es la sensación de haber vuelto a nacer.
Reflexiona:
Comúnmente, los hombres anhelamos metas inalcanzables. Nos pasamos la vida tratando de alcanzarlas por nuestros propios medios, dando vueltas en círculos y sin llegar a ningún lugar. Muchas veces nuestras metas y expectativas de vida están situadas en lo terrenal y material. ¿Te has puesto a pensar que existe algo, que se nos ha ofrecido, que será eterno? ¿Cuál es la montaña que esperas coronar hoy? ¿Qué equipo llevas en tu maleta de viaje, para que tu trayecto sea más llevadero?
Puedes meditar más a fondo leyendo: Salmo 22(23)
Creo que cuando le has encontrado un sentido a la vida, se empieza a vivir como el alpinista. Me han impresionado estas frases que leí:
ResponderEliminarEl sacrificio de hoy, será mañana la invitación para que otras personas se atrevan a soñar.
El hombre ha tenido un interés por alcanzar lo que a simple vista parece inalcanzable.
Arriesgarlo todo para descubrir hasta donde su voz interior los podía llevar.
Hace unos días recibí la invitación para leer este blog... Gracias GC por invitarnos a soñar, emprender el camino cuesta arriba y recordarnos la meta...