Fue un jueves a las séis de la tarde. Salía de la oficina y decidí avanzar hasta la zona céntrica para comprar un café en "La Venecia", una pastelería reconocida en mi ciudad, en la que venden los postres y cafés más exquisitos que he probado. Era un acto casi rutinario, ordeno mi bebida y meto la mano en mi bolsillo derecho buscando unas cuantas monedas con las que pudiera pagar mi antojo. Pero esta vez quise que fuese distinto, había tenido un día bastante agitado, así que me senté en las mesas junto al mostrador del lugar. Me quité la chaqueta, aflojé el nudo de mi corbata y me dispuse a disfrutar mi mokaccino con un ligero toque de amareto. Al percibir su aroma y luego de saborear el primer sorbo, mi mente se trasladó a mi infancia, recordaba aquellas travesuras y sonreía con picardía.
En medio de los recuerdos, escuché a una voz que me llamaba por mi nombre. "Joaquín, eres tú?". Salí de mi trance por un segundo para tratar de identificar el llamado. Apenas me estaba volteando a mirar cuando, súbitamente, alguien se abalanzó sobre mí y me dio un fuerte abrazo, fue una sensación extraña pues no había recibido un abrazo así en muchos años. Sorprendido y con el ceño fruncido, logré finalmente reconocer a mi interceptor -"Juan!" exclamé casi gritando-. ¡No lo podía creer! el era mi mejor amigo de la infancia y adolescencia, con quien perdí contacto cuando me mudé de ciudad por mis estudios universitarios. Empezamos a charlar plácidamente, durante varias horas, estaba impresionado de la cantidad de detalles que él tiene grabados en su memoria. El mejor recuerdo que ambos teníamos en común era su bicicleta roja, que su tío le había regalado por su cumpleaños número ocho y sobre la cuál compartimos años enteros de diversión y amistad, el uno pedaleando y el otro montado en los improvisados pernos "porta pasajeros" adaptados en la rueda trasera de nuestra fiel y eterna compañera. Platicamos acerca de la bicicleta, como si la estuviésemos viendo en una fotografía. La imagen era clarísima: su color rojo encendido, los brackets en los aros de las llantas, el asiento roto y de todas las veces que tuvimos que detenernos para reparar esa vieja cadena oxidada que se salía de los engranes cada treinta o cuarenta pedaleadas.
Reíamos a más no poder, los clientes del lugar nos miraban con atención por el ruido y muchos de ellos, aunque no entendían lo que pasaba, sospechaban que se trataba de una gran amistad y con una sonrisa en los labios, eran testigos de este memorable momento. Llenos de nostalgia, empezamos a narrar cada uno su historia de vida. Cada uno en su realidad, añoraba volver a aquellos momentos de inacabable felicidad sobre ruedas y con el mejor de los amigos. Mientras yo hablaba sobre mis logros profesionales y mi rutina diaria, Juan me pidió callar y preguntó con voz profunda: "Joaquín, ¿Quién se llevó nuestra bicicleta?" La expresión en nuestros rostros cambió casi de inmediato y el silencio llegó a nuestra mesa. Durante varios minutos reflexionamos pero ninguno era capaz de articular una sola palabra. Yo estaba prácticamente inmutado, Juan también.
Levanté, entonces, la mirada y respondí: "Esa bicicleta que hoy ya no existe, simboliza nuestra amistad. Nadie se la ha llevado. Hemos sido nosotros mismos que a causa de nuestras ocupaciones la hemos guardado en cocheras distintas. Aprendimos a reír y a disfrutar de cosas nuevas, y sin darnos cuenta, fuimos poniendo "cajas de recuerdos" encima de nuestra bicicleta, hasta sepultarla por completo y perderla de vista" -Mientras hablaba, Juan me observaba, pero su mirada parecía perdida en el tiempo, a pesar de ello y después de un profundo suspiro, continué- "Podría pensar que eso mismo es lo que hicimos con nuestra amistad, dejarla debajo de otros recuerdos hasta mal lograrla y dejar de vivir nuevas aventuras, como cuando fuimos niños. Aunque pensándolo bien, el problema no fue lo que hicimos, sino lo que dejamos de hacer con nuestra bicicleta. Todos los recuerdos que hoy tenemos son la consecuencia de haber parado cada dos cuadras para reparar esa vieja cadena; el haber buscado quien nos remiende el asiento que cada vez se rompía más; el guardar nuestros domingos para poder comprar los brackets para las ruedas, todo el esfuerzo y todo lo que compartimos con tal de cuidarla".
Luego de escuchar el punto de vista de Joaquín, Juan empezó a hablar, diciendo: "¿Durante cuánto tiempo hemos experimentado esta hambre de amistad, de encuentro y de comunión?. Hemos pasado por alto que los amigos se eligen libremente, no se imponen. Nada nos obligó a ser amigos. Nuestra amistad está situada en una historia concreta, se produjo por una inexplicable empatía que no se da con cualquiera. Fue creciendo y madurando a lo largo del tiempo. Lastimosamente, a nuestra amistad le faltó la determinación para superar pruebas y obstáculos. Nos faltó vivir una amistad virtuosa, por eso no logramos superar el tiempo y el espacio. Las personas que buscan la autenticidad, la sinceridad, la lealtad, en medio de la amistad desarrollan la confianza, la fineza y la mutua influencia; con el tiempo los amigos se van compenetrando y asemejando en muchas cosas, se van integrando, se van ayudando, se van influyendo positivamente. Esta es la verdadera amistad, como la de Cristo, que es la humanidad plena. No debes olvidar, tampoco, que la amistad hace que cada amigo sea único e irrepetible, podemos tener muchos amigos únicos y verdaderos, pero cada uno es particular, es un don que Dios nos ha regalado, haciendo de cada amigo alguien especial con quien compartir algo profundo. El hecho de aumentar los amigos, no disminuye la intensidad de las amistades anteriores, al contrario, las potencia, las enriquece. Lo especial y único de una amistad no disminuye por la cantidad de amigos que tengas o las situaciones que vivas".
Joaquín estaba conmovido, quería vivir nuevamente esa verdadera amistad que había quedado suspendida en el tiempo. Ambos experimentaron lo mismo. Antes de salir del café, Juan concluyó diciendo: "Por esa razón, amigo mío, tengo tanta necesidad de tu amistad, tengo sed de un compañero que respete en mí lo que existe, que me respete por quien soy. En tu casa puedo entrar siendo yo mismo, sin posturas ni pretensiones. Junto a tí no tengo de qué disculparme, no tengo que defenderme, no tengo que probar nada. Más allá de mis palabras torpes y de los razonamientos que me pueden engañar, tu honras en mí, simplemente al hombre, al amigo, al hermano. Si difiero de tí, lejos de menoscabarte, te engrandezco. Me interrogas como se interroga al viajero. Amigo mío, tengo necesidad de tí como de una cumbre donde se puede respirar".
No hizo falta siquiera responder la petición de Juan, ambos sabían que querían saciar ese anhelo de amistad, esta vez siguiendo al modelo por excelencia, a Jesús. Desde aquel entonces, ese momento, fue para ellos, motivo de oración y agradecimiento, por haber tenido la oportunidad de volver a empezar.
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