Han pasado tres días desde el naufragio. Estoy en medio de la nada. Lo único que puedo ver a mi alrededor es el océano, tan grande como mi afán de ser rescatado. Con esfuerzo puedo abrir mis ojos pues la luz del sol y su reflejo sobre el agua me tiene casi cegado. La sed es insoportable, daría lo que fuese por un sorbo de agua dulce. Por momentos pierdo la conciencia, al volver en mí descubro nuevamente que me mantengo a flote gracias a una puerta del barco... ni siquiera recuerdo como fue que me subí en ella, solo sé que mi vida, por ahora, depende de ese trozo de madera.
En mis ratos de lucidez, trato de recordar lo que sucedió pero es inútil. Solo tengo una vaga imagen. Era la celebración del aniversario de la compañía para la que trabajo, una naviera internacional, a bordo de un crucero, en algún punto del Atlántico. A ratos recuerdo a mis compañeros de trabajo, disfrutando del bufete y bebiendo. Todo lo demás es confuso, recuerdo un sonido fuerte, como de una explosión, gritos, gente corriendo histérica. Hasta ahí, no recuerdo más. Me parece que alguien borró un segmento de mi vida. Es como si de pronto me depositan espacios de tiempo, así, de golpe, puedo ver lapsos de tiempo en lo que solo hay dolor, soledad y tristeza. No puedo visualizar nada más, no hay nada que me aferre a la vida. Cada vez que recupero la conciencia es la misma situación: desespero, desfallezco.
Trato de mantenerme despierto pero no puedo. Lo único que anhelo es que alguien salve mi vida, me saque de esto tan atroz que estoy viviendo. ¡No es justo! Mi vida era tranquila, gozaba de todo lo que hubiese podido imaginar. Y de repente, aparecí aquí, perdido, despojado de todo, sin saber qué hacer. No sé a quién recurrir, no sé que hacer, no sé en que dirección debo seguir. No tengo fuerzas para vivir pero la muerte no es una opción para mí, no sé por qué pues sé que estoy condenado a morir. Siento mucha hambre, estoy lánguido, débil. Nuevamente se aproxima la noche, el cielo oscurece y el sonido del mar se hace cada vez más fuerte. Hace mucho frío, no veo nada, todo es tinieblas, lo único que puedo sentir es el vaivén de las olas que parece volcar mi improvisada balsa. Cansado de luchar por mantener mi vida a salvo, me duermo o me desmayo, ya no estoy seguro.
Vuelvo a despertar con la ferviente esperanza de que este mal sueño terminará pronto, pero sigo aquí, atrapado en esta dura realidad. Estoy a punto de enloquecer. No puedo un segundo más. Ya no quiero vivir.
Me pasé la vida construyendo un nombre, un lugar en la sociedad, persiguiendo mis sueños. Ahora nada de eso sirve. ¿Quién querría ser un maldito naufrago perdido en el mar? Maldigo mi vida y maldigo mi suerte. Maldigo mis días y maldigo mi angustiante fin. Lo que más me entristece es saber que no podré cumplir nunca mis sueños: ver crecer a mis hijos, decirle a mi esposa que la amo, dar a mis padres la casa junto al lago, construir el albergue para niños que siempre quise hacer, hacer obras de caridad por los más necesitados, decirle a Dios que le agradecía por todo lo que me dio... son tantas cosas que siempre quise hacer pero que nunca pude porque no tuve tiempo. Ahora es muy tarde. Es todo, espero la muerte llegar.
El naufrago, luego de decir estas palabras, soltó una sonrisa irónica, una lágrima amarga, cerró sus ojos y murió.
Reflexiona:
- ¿Cuántas veces te has visto naufragando en tu propia vida, sin saber qué hacer?
- Si tú fueras el naufrago, ¿cuál sería tu actitud en esta situación?
- Has notado que muchas veces soñamos con riquezas y bienes materiales, y después de obtenerlos nos damos cuenta de que no somos felices. ¿Cuáles de esos sueños realizados serías capaz de cambiar por un solo día de plena felicidad?
- Así como el naúfrago, muchas veces estamos tan aferrados a lo que tenemos en la vida que no somos capaces de volvernos a Dios para ser socorridos. ¿Eres consciente de que sin Él, sin importar lo que seas o tengas, tu vida no habrá valido la pena?
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