Corinne tiene los cabellos negros. Su blanca piel contrasta con su mirada oscura y profunda. Es pequeña y delgada. Su casa queda está rodeada por un llano bastante extenso donde los animales pastan y los árboles que bordean el vasto terreno se estremecen con el paso del viento. En medio del hermoso jardín, un árbol fuerte y maduro del que cuelga un solitario columpio –regalo de su padre– en el que la ella se sienta cada tarde y se mece durante largas horas mientras contempla el llano con la mirada perdida, vacía, triste. A pesar de la laboriosa vida de campo, Corinne tiene la capacidad de hacer que los trabajos mas forzosos parezcan ligeros y llevaderos. A sus escasos doce años, ha sabido demostrar que es capaz de lograr grandes cosas. En su hogar, sus padres la contemplan con amor y admiración, reconocen en ella una niña especial que tiene todo para ser feliz. Sin embargo, Corinne no lo es. Hay una pena en su corazón que nadie conoce y nada parece mitigar. Su mirada entraña soled...