Adrien estaba sentado en su amplia oficina. Había rodado con todo y silla hacia la pared de vidrio del edificio –desde el duodécimo piso, contemplar la vista de la ciudad es una experiencia diferente. Detenerse a mirar durante largos minutos es parte de ritual de Adrien para combatir el estrés. Su asistente personal sabe que cuando el está frente al horizonte, no debe ser interrumpido. Para él, no hay agenda que sea mas importante que liberar tensión al contemplar la naturaleza, después de todo, es necesario tener el pensamiento claro cuando se es director de una compañía tan grande y rentable–.
Aquella mañana no hubo mayor estrés que el rutinario. Ni siquiera una extensa junta de revisión de libros contables que bien podrían arruinar el humor a cualquiera. No. Esa mañana, Adrien había vuelto de un evento con empresarios de todo nivel, de una ceremonia de condecoración en la que él fue reconocido como "Empresario del año", por su destacada labor realizada tanto en el área comercial, como en desarrollo humano de colaboradores y responsabilidad social. Su don de gente y su calidez le hicieron merecedor de halagadores discursos –repletos de cumplidos–, premios extraordinarios y la cobertura de los medios de prensa mas importante del país. Mientras tanto en la compañía, todos los trabajadores esperaban su llegada para recibirlo con aplausos y felicitaciones. Al llegar, Adrien no lucía con el semblante de un ganador, al contrario, estando frente al agasajo, su rostro sin expresión soltó una sonrisa teatral, mas por cortesía que por alegría. Un breve discurso de agradecimiento a todos sus colaboradores y desapareció del salón huyendo a su oficina. Pidió no ser interrumpido por nadie y se instaló en su silla –sosteniendo en sus manos aquella placa de reconocimiento y mirando fijamente hacia la nada– se mantuvo así, meditabundo, reflexivo, sin emoción.
Fue la primera vez que la hermosa vista no surtía efecto alguno. Dentro de su cabeza, retumbaban los discursos de sus homólogos. Algo estaba mal. Las palabras recibidas le parecieron excesivamente perfectas. Él sabe quién es y no era, precisamente, aquel de quien hablaban los discursos. Sintió, de repente, una extraña sensación, como si hubiera sido puesto sin previo aviso ahí, en medio de esa ceremonia... no reconocía a nadie y nadie lo reconocía a él. Esos discursos pre-elaborados, lejos de alentarlo o de agrandar su ego, hicieron que se encuentre frente a la frialdad de personas acaudaladas que tal vez ni siquiera compartían su éxito, sino que simplemente cumplían con el hecho de "exhortar" el cúmulo de virtudes, según sugerían los discursos recibidos. Y no es que Adrien tenga problemas de autoestima; mas bien, el, por un momento, deseó haber estado rodeado de las personas que le importan y que quiere. El reconocimiento recibido le permitió darse cuenta de que su mundo no era mas que protocolo, compromisos que cumplía por obligación durante largas horas llenas de hipocresía, egoísmo y envidia de otros acaudalados. Miraba el horizonte y sentía un frío espeluznante al darse cuenta de que así de fría era su vida. Su éxito empresarial era tan grande como su frustración. Rehusó a continuar así y culpó al prestigio y a sus riquezas de haber creado ese mundo de plástico en el que vivía. Adrien sabía que tenía que hacer algo antes de que sea demasiado tarde.
Decidido a vivir diferente, pidió una licencia para ausentarse por un tiempo de su trabajo. Apagó su celular, dejó su laptop en casa, empacó unas pocas prendas en una bolsa de mano y emprendió una aventura sin rumbo, a pie y sin dinero. Nadie supo nada de él. Quiso deshacerse de su riqueza y prestigio y marcharse a un lugar donde fuera uno mas, donde pueda pasar desapercibido. Estaba convencido de que la gente que no tiene posesiones materiales era capaz de ser personas de verdad, amables, alegres, transparentes. Adrien se había vuelto loco y estaba dispuesto a encontrar respuestas en un mundo que no conocía, dispuesto, incluso, a quedarse ahí y hacer lo que fuese necesario para vivir una vida diferente.
Transcurrida una semana de esta nueva vida, Adrien era oficialmente un indigente de las zonas mas pobres de la ciudad. Había encontrado refugio en un albergue público que no era un hotel cinco estrellas aunque le permitía tener un lugar digno para pasar la noche, una comida segura al día y un baño algo decente pero, sobretodo, era un perfecto desconocido que disfrutaba del anonimato entre un montón de indigentes que no habían tenido contacto alguno con el ostentoso mundo empresarial. Esos primeros días habían sido el período de adaptación y el nuevo indigente estaba poniendo todo de su parte para hacer mas llevadera su nueva y temporal vida –después de todo, no sabía cuánto tiempo pasaría allí hasta poder comprobar su teoría–.
Durante la segunda semana, Adrien tuvo que salir a buscar formas de conseguir alimento y amigos. Se imaginaba los diálogos: sencillos pero jocosos, alegres, escuchando experiencias y peripecias pasadas por otros indigentes a lo largo de su vida. Sin embargo, al salir al mundo real encontró un panorama completamente distinto al que esperaba. En medio de la pobreza extrema, los indigentes se peleaban por pedazos de cartón que luego vendían; por los escasos alimentos con los que trataban de calmar el hambre de sus cuerpos delgados y lánguidos; por una moneda lanzada en la calle por algún alma generosa. La violencia era parte de los rasgados trajes de los mendigos. Había pasado la tercera semana y la situación no cambiaba. Adrien ahora si estaba al borde la locura. En su antigua vida al menos tenía su ventanal para controlar las emociones. Acá tenía que lidiar con el individualismo, el egoísmo y la agresiva competitividad de todos sus compañeros de vereda. El experimento vivencial de Adrien había fracasado. El mundo entero se había vuelto así, egoísta, insensible, álgido. El nuevo indigente estaba condenado a vivir en una anarquía moral y no había nada que pueda hacer para cambiarlo.
El albergue público era un lugar neutral, ahí no percibía el desesperanzador panorama de ricos ni de pobres. Se quedó tendido en su catre todo el día. Este inesperado resultado lo había dejado fuera de base y debía planear qué hacer con su vida sobre todo cuando ya no contaba con nada que lo motive a seguir. Decidió entonces que si no había nada que pueda hacer, lo mejor sería dejarse arrastrar por la corriente. Ya no pelearía por encontrar un mundo mejor. Ni siquiera continuaría buscándolo. Aunque en su interior soñaba con una vida diferente, si ya no podía hacer nada mas, prefería su antigua vida, en la cual, al menos contaba con mucha comodidad y dinero para gastar. Determinado a volver, se puso en pie, agarró su bolsa de mano y caminó hacia la salida del albergue sin mirar a su alrededor, ya no le importaba nada ni nadie. Solo quería salir de ahí y nadie notó su partida.
Sin dinero y renegado por la desdicha, no tuvo mas remedio que caminar algunas horas hasta cruzar la ciudad y volver a su realidad. Al atravesar una plaza pública, un indigente de avanzada edad que leía un diario lo llamó. Lo invitó a sentarse en una banca de cemento y amablemente preguntó: –¿quieres un pedazo de pan?–. El anciano lo miraba con desconcierto, de pies a cabeza, mientras rumiaba lentamente su comida. Tras breves minutos, el indigente dijo: –tu eres el hombre de los diarios, ¿qué haces aquí, desde cuándo eres un mendigo?–. Adrien supo que había sido reconocido por este anciano y, en vista de que ya no tenía nada mas que hacer ahí, decidió contarle cómo fue que llegó a ese lugar y condiciones. Con lujo de detalles y manifestando su decepción y resoluciones, explicó al indigente todo lo vivido.
El anciano era un hombre sencillo que escuchó con atención cada palabra pronunciada por Adrien. Apenas terminado el relato, acotó: –Sin duda, vivimos en tiempos muy difíciles. El hombre ya no vive; solo sobrevive y hará lo que sea con tal de no morir. En la antigüedad, este instinto de supervivencia hizo al hombre competitivo y le permitió poner su inteligencia al servicio de los demás para buscar el bien de todos. Pero hoy en día, cuando se piensa en "no morir" se cree que se trata de vivir rápido, antes de que otro le arrebate sus posesiones o la vida. Así, hará lo que quiera hacer y no le importará los demás con tal de satisfacer lo que el llama "sus necesidades", dejando de lado su propia naturaleza, volviéndose rapaces competidores, egoístas, superficiales, individualistas e insensibles ante una realidad humana que cada vez mas inhumana que necesita con urgencia de personas como tú, que sean capaces de notar esta necesidad y tengan la capacidad de hacer algo para cambiarlo–.
Adrien escuchaba con desesperanza las palabras del anciano indigente y respondió: –¿Capacidad? ¡No! No hay nada que pueda hacer, el mundo ha elegido vivir de ese modo, a nadie le importa nada. ¿Qué puedo hacer yo o qué puedes hacer tu? Eres muy sabio pero eres un simple indigente con la vida casi gastada. Es real todo lo que has dicho mas no ha servido de nada sino mírate a ti y mira como está el mundo. Por eso, haré lo mejor que puedo, volveré a mi vida y seguiré siendo el buen tipo que he sido y viviré tranquilo dando lo mejor de mí–.
El anciano continuaba rumiando pan. Rodeó con su brazo los hombros de Adrian, lo acercó hacia sí y le dijo: –es noble tu elección pero ha sido esa simpleza y facilismo lo que ha hecho que el mundo se convierta en lo que vemos hoy. Me has dicho que quisiste comprobar la bondad del mundo y que por eso has hecho todo esto. Y regresas a tu vida con las manos vacías de lo que esperabas pero llenas de aquel vacío con el que saliste el primer día. ¿Acaso no te das cuenta? Ese hombre bueno que dices ser, es en realidad uno mas de los muchos que andan por el mundo, no importa si son ricos o pobres, todos viven resignados, conformes y limitados a su pequeño individualismo, disfrutando de una vida fría, estéril, faltos de vida–. Sacó otro pedazo de pan de una funda que tenía escondida en algún lugar por ahí y una vez mas le dio a Adrien un trozo para comer. Puso pan en su boca y empezando a rumiar, continuó: –pero tu corazón no es estéril. Ya no eres indiferente a la realidad y aunque has deseado encontrar la verdad, debes aprender a interpretarla. Estás tan acostumbrado a medir resultados que no concibes respuesta novedosa o diferente. Crees haber descubierto que el hombre es un caso perdido, cuando lo que has descubierto es un mundo que necesita volverse al hombre, arrancarlo del materialismo y del egoísmo. Has descubierto tu misión para el resto de la vida y te retiras, creyendo haber desperdiciado tu tiempo. Otro mundo es posible, pero el mundo no cambiará si tu no estás dispuesto a cambiarlo. Tu desde tu realidad y yo desde la mía. Yo no tengo nada mas que darte que mi generosidad. Los dos trozos de pan que te has comido tal vez sean mi única comida en los próximos días, pero he querido compartirlos contigo porque es mi forma de cambiar el mundo. Esta es mi realidad. Tal vez una pieza de pan no cambie inmediatamente al mundo pero si me cambia a mí, me hace generoso y ayuda a quitar el hambre de alguien mas, este pequeño gesto hace de mí un mejor ser humano. Y al hacerlo, doy al mundo aquello que mas necesita. Ahora es tu turno. Ya no eres uno mas del montón, ahora tienes la misión de ser portador de esperanza, agente de cambio, luz en medio de las tinieblas, ese cambio que todos esperan. Recuerda siempre que si cambias a ti mismo, así podrás cambiar al mundo–.
Adrien estaba sorprendido, había dejado su vida para encontrar un sentido y lo había encontrado. El no dio pan a nadie, pero dio a la vida la oportunidad de manifestarse y ahora ella se había pronunciado, cuando todo parecía terminado, ese hombre viejo había cambiado el mundo de Adrien justo antes de reincorporarse a su vida. Para ese entonces, el empresario ha decidido cambiar su vida. Realizó eventos para recaudar fondos y compró el albergue público. Fue a la plaza pública y ha dado una nueva oportunidad al anciano, a quien sacó de la indigencia, le asignó la tarea de guiar a los miembros del albergue. A ellos también dio la oportunidad de ser sacados de esa anarquía moral y los ha invitado, también a ellos, a cambiar el mundo, y ellos han aceptado el reto y se han puesto en marcha con la clara convicción de que si hay esperanza, un mundo mejor es posible, y que ese mundo ideal empieza con pequeños cambios que sí harán la diferencia.
Tal vez esta historia parezca retórica y romántica, pero es una convocatoria para cambiar el mundo, y esta, sin mas ni menos es la invitación, extendida a ti, a soñar con un mundo mas humano y mejor. –¿Quieres un pedazo de pan?–.
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