Para empezar, es preciso saber que, según su definición, miedo es la angustia por un riesgo o daño real o imaginario; recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea. Es una palabra heredada del latín “metus”. De su definición, hago referencia a aquella parte que refiere a la aprensión a que suceda algo contrario a lo que se desea. Entonces, si aspiro a enfrentar el miedo de mejor manera, cabe la pregunta: ¿Qué deseo? Por definición, desear es tener una persona interés o apetencia por conseguir la posesión o la realización de una cosa; querer determinada cosa, generalmente buena, para alguien. Al asocia términos, encuentro que el deseo es un anhelo manifestado de un individuo y el miedo sería la reacción consecuente ante la posibilidad de que ese anhelo no se cumpla. Deseo y miedo parecieran ser dos compañeras de viaje. Esta planteamiento me abre otra interrogante: ¿Qué otro compañero va en este viaje? Y si existe, ¿Dónde está? Volviendo al...
Como haber despertado de un coma, así me sentí. No tanto por desconocer este lugar en el que tantas veces había estado, sino por lo extraño e inesperado de este retorno. Juro que no tengo claras las motivaciones para volver. Lo juro. Me dejé llevar por el irresistible deseo de recorrer nuevamente la avenida Hans-Lorenser hasta dar con aquel viejo edificio de paredes grisáceas —más por el polvo que por lo que quedaba de pintura— que evidenciaba mi ausencia durante tantos años. Me animé a paso presuroso y con la mente en blanco. Al llegar, me acerqué. La entrada lateral seguía siendo tan insegura como la recuerdo. Con recelo me dirigí a la escalera de madera que rechinaba a pesar de mi mesura sin recordar que unos años antes, el ruido juguetón de cada día me daba igual. Sentí calor —estoy nervioso—, susurré como justificándome conmigo mismo sin detener mi marcha hacia la cuarta planta. Me asomé frente al largo corredor que terminaba en el departamento 408. Sentí un fuerte e...