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Mostrando entradas de marzo, 2011

El alpinista

Llegó el gran día. El alpinista se prepara para coronar uno de los montes más altos de Escandinavia. Se despierta temprano y se dirige hacia su armario. Agarra su equipo de alpinismo y lo revisa dos veces, pues no quiere correr el riesgo de fallar -sabe muy bien que allá arriba, el más mínimo error le puede costar muy caro-. Tras practicar este deporte durante varios años, alpinista ahora tiene la seguridad de lo que sabe, al ver las herramientas, hace un "check" casi mentalmente: cuerdas, estáticas, dinámicas, casco, mosquetones, bolsa de magnesio, arnés, calzado, lentes de sol, linterna, navaja, mapa, brújula y el piolet; el resto es secundario.  El día pinta bien pero por la experiencia, sabe que a lo largo del camino el clima puede ser traicionero. Es mejor encomendarse, para no perder la fe, cuando se está varios miles de kilómetros cuesta arriba. El alpinista se marcha presuroso a recorrer un nuevo camino, aunque desconocido, pero que le plantea un desafío demasiado te

La bicicleta roja

Fue un jueves a las séis de la tarde. Salía de la oficina y decidí avanzar hasta la zona céntrica para comprar un café en "La Venecia", una pastelería reconocida en mi ciudad, en la que venden los postres y cafés más exquisitos que he probado. Era un acto casi rutinario, ordeno mi bebida y meto la mano en mi bolsillo derecho buscando unas cuantas monedas con las que pudiera pagar mi antojo. Pero esta vez quise que fuese distinto, había tenido un día bastante agitado, así que me senté en las mesas junto al mostrador del lugar. Me quité la chaqueta, aflojé el nudo de mi corbata y me dispuse a disfrutar mi mokaccino con un ligero toque de amareto. Al percibir su aroma y luego de saborear el primer sorbo, mi mente se trasladó a mi infancia, recordaba aquellas travesuras y sonreía con picardía. En medio de los recuerdos, escuché a una voz que me llamaba por mi nombre. "Joaquín, eres tú?". Salí de mi trance por un segundo para tratar de identificar el llamado. Apenas me

Naufrago

Han pasado tres días desde el naufragio. Estoy en medio de la nada. Lo único que puedo ver a mi alrededor es el océano, tan grande como mi afán de ser rescatado. Con esfuerzo puedo abrir mis ojos pues la luz del sol y su reflejo sobre el agua me tiene casi cegado. La sed es insoportable, daría lo que fuese por un sorbo de agua dulce. Por momentos pierdo la conciencia, al volver en mí descubro nuevamente que me mantengo a flote gracias a una puerta del barco... ni siquiera recuerdo como fue que me subí en ella, solo sé que mi vida, por ahora, depende de ese trozo de madera. En mis ratos de lucidez, trato de recordar lo que sucedió pero es inútil. Solo tengo una vaga imagen. Era la celebración del aniversario de la compañía para la que trabajo, una naviera internacional, a bordo de un crucero, en algún punto del Atlántico. A ratos recuerdo a mis compañeros de trabajo, disfrutando del bufete y bebiendo. Todo lo demás es confuso, recuerdo un sonido fuerte, como de una explosión, gritos, g