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Mostrando entradas de 2013

Virar la página (hacia el 2014)

Un año más está por terminar y uno mas está por empezar. Para estas épocas se escucha y lee mucho (sobretodo en redes sociales) los buenos de deseos de todos quienes ven el futuro en una perspectiva de esperanza y prosperidad. Y eso es bueno porque precisa actitud atreverse a virar la página si queremos que el año entrante cubra nuestras expectativas. Por otra parte, esta historia (hasta aquí) ya nos es conocida por todos. Pero he visto también como, día a tras día, esa cara de entusiasmo y alegría se va apagando conforme llegan las desavenencias, adversidades, enfermedades, necesidades, etc. Entonces, y en este contexto, quiero preguntarte ¿en qué consiste la esperanza y prosperidad que esperas? La página final Imagina que tu vida –de forma continua, es como un libro–. El último capítulo se llama diciembre y tu estás listo y dispuesto a empezar tu esperanzador y próspero año nuevo. Qué pasaría si al avanzar con ansias por las páginas del último mes del año, te encuentras con

Una flor para Corinne

Corinne tiene los cabellos negros. Su blanca piel contrasta con su mirada oscura y profunda. Es pequeña y delgada. Su casa queda está rodeada por un llano bastante extenso donde los animales pastan y los árboles que bordean el vasto terreno se estremecen con el paso del viento. En medio del hermoso jardín, un árbol fuerte y maduro del que cuelga un solitario columpio –regalo de su padre– en el que la ella se sienta cada tarde y se mece durante largas horas mientras contempla el llano con la mirada perdida, vacía, triste. A pesar de la laboriosa vida de campo, Corinne tiene la capacidad de hacer que los trabajos mas forzosos parezcan ligeros y llevaderos. A sus escasos doce años, ha sabido demostrar que es capaz de lograr grandes cosas. En su hogar, sus padres la contemplan con amor y admiración, reconocen en ella una niña especial que tiene todo para ser feliz. Sin embargo, Corinne no lo es. Hay una pena en su corazón que nadie conoce y nada parece mitigar. Su mirada entraña soled

Llega la Silla Vacía

Quiero iniciar este blog de opinión con una aclaración que considero necesario hacer. Soy un hombre que casi no ve televisión hace bastante tiempo ya, años, diría yo. Sin embargo, hace poco tuve un espasmo en mi memoria y como si nada, agarré el control remoto y empecé dando una mirada por lo que ofrece la televisión nacional. Tras un par de horas sentado ahí, recordé el porqué había dejado este hábito adictivo, para la gran mayoría, y opté por retomarlo, esta vez con un firme propósito de no recaer. Incluso recordé un blog de opinión que escribí hace algún tiempo (http://bit.ly/1fQsP9a) sobre un programa de telebasura que vi y que me había causado todo un cuadro de colitis nerviosa por tanta barbaridad dicha ahí.  En fin, estas son mis razones por las que me declaré no-partidario de la producción nacional:  No disfruto viendo el guayaquileño presentado con el cliché del batracio, shabroso y patán;  no me interesan los programas que toquen temas sociales importantes desde una

Maldita libertad

Eran tiempos de guerra, la hostilidad y la violencia requería –según las autoridades de aquel entonces– un lugar capaz de acabar con el mal social a cualquier precio. La vieja prisión de Carabanchel era reconocida por sus antiguas e inhumanas tradiciones penitenciarias aplicadas a cientos de reos que abarrotaban el lugar.  La condena, además de la gravedad del delito cometido se agravaba o atenuaba dependiendo de la conducta de los reclusos. A diferencia de otras prisiones, en esta, las celdas yacían dispuestas en una torre subterráneas de ocho pisos de altura, de los cuales, solo el octavo sobresalía del suelo mientras que los siete primeros permanecían ocultos debajo de la tierra, tanto que, a mayor profundidad, mayor tinieblas. Era una infierno. Centenares de hombres agolpados a las sombras en estrechas celdas que cuadruplicaban su capacidad.  El horror de sobrevivir en tales inhumanas condiciones desembocaba en el cambio notable de los reos. Todos pasaban por el mismo proceso

El mendigo

Adrien estaba sentado en su amplia oficina. Había rodado con todo y silla hacia la pared de vidrio del edificio –desde el duodécimo piso, contemplar la vista de la ciudad es una experiencia diferente. Detenerse a mirar durante largos minutos es parte de ritual de Adrien para combatir el estrés. Su asistente personal sabe que cuando el está frente al horizonte, no debe ser interrumpido. Para él, no hay agenda que sea mas importante que liberar tensión al contemplar la naturaleza, después de todo, es necesario tener el pensamiento claro cuando se es director de una compañía tan grande y rentable–. Aquella mañana no hubo mayor estrés que el rutinario. Ni siquiera una extensa junta de revisión de libros contables que bien podrían arruinar el humor a cualquiera. No. Esa mañana, Adrien había vuelto de un evento con empresarios de todo nivel, de una ceremonia de condecoración en la que él fue reconocido como "Empresario del año", por su destacada labor realizada tanto en el áre

Católicos de verdad, ¿de verdad católicos?

Dando vueltas en las redes sociales he encontrado de todo. Es tanto, que no pretendo enlistarlo, sin embargo, hay un hecho que cada vez noto con mayor frecuencia y que me ha llevado a la reflexión sobre lo que como católico vivo y transmito. Traigo este tema a colación porque me parece muy curioso el hecho de que el católico ha perdido conciencia sobre lo que es correcto o incorrecto y, peor aún, sobre cuál es la postura que debe tener en cada caso. El tan famoso “¿qué haría Jesús?” ha caído a niveles tan subjetivos que me da “no se qué” pensar en que grado de culpa tenemos, nosotros católicos, en todo lo que hoy por hoy sucede. ¡De todo, nos han llamado de todo! Cuadriculados, anticuados, sufridores, ridículos, soberbios y otras cuantas flores que ahora escapan a mi memoria. Y por si acaso, no hablo de ateos o gente que odia a Dios y a nuestra Iglesia. Estos calificativos los hemos recibido de otros católicos al saberse cuestionados por lo que dicen o hacen. Algunas ve

La noche que fue diferente a las otras noches

Aquella noche fue diferente a todas las otras noches. Caía la tarde y todo transcurría de forma habitual entre quehaceres, ajetreos laborales y maromas para llegar a tiempo al grupo de labor social con los indigentes del albergue municipal al que asistía hace unas cuantas semanas atrás y en el cuál encontré –al igual que mis compañeros– un lugar en el que quería estar. Era esa noche como cualquier otra. Sentados junto a los indigentes, platicando, aconsejando y escuchando amenas conversaciones matizadas por las aventuras y desventuras vividas por nuestros sencillos amigos a lo largo de su tan magullada vida. En un ambiente de confianza, los vestidos, la situación económica, los problemas y todo lo exterior era accesorio; lo que hacía tan peculiar esta convivencia –aunque momentánea– era la amistad y el deseo de estar juntos los unos a los otros. El albergue cobijada aproximadamente a 150 personas, de todas la edades, entre adultos y niños. Nosotros, apenas 12 voluntarios, asis

Caricias de Dios

La brisa fría circulando por las calles del barrio Schnoor y el paso apresurado de miles de peatones que regresan a casa forman el común escenario de los viernes en la pequeña ciudad de Bremen, al noreste de Alemania. Para los jornaleros se ha convertido casi en una tradición el paso por Le Grand Kaffee –una cafetería francesa que ofrece deliciosas bebidas calientes y postres de sabores exóticos– el ambiente acogedor al estilo de la Francia colonial hace de este lugar uno de los predilectos de Bremen. Son las siete de la tarde y el lugar está a toda capacidad. De pie junto al mostrador está Redmond ojeando su libreta de apuntes mientras recibe su pedido. En la parte exterior, un peatón se ha detenido a mirar hacia el interior del lugar –a través del inmenso cristal que cubre el frente de Le Grand Kaffee–, la expresión en su rostro es de incredulidad, como quien ha visto un espejismo. En el interior, Redmond retira su pedido y se dirige a una de las mesas. El ho