Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2014

La hoja de arce

Un día mas que termina y yo aquí otra vez. Postrado en el sillón de mi balcón. Mi botella en la mano -y mi ya muy gorda bitácora de penurias- que me acompaña en esta fría noche de verano. Mi pelo despeinado por la brisa agustina y adornado por el reflejo de la luz fluorescente del farol eléctrico de la esquina hacen que este cuadro deprimente parezca una escena de Edvard Munch. Desde aquí puedo ver el semáforo de la avenida y su parpadeante luz amarillo que coquetea conmigo mientras que en la calle apenas y se avizora un auto pasar -como si no quedase mas que ese en toda la ciudad-. Es como si solo ha quedado un silencio sepulcral a mi alrededor. Ni siquiera el rechinar del viejo piso de madera de este edificio se escucha. Nada. Creo que esta vez se cumplió mi deseo de quedarme sólo con mi desgracia. Es peor de lo que imaginé. Es todo lo que tengo. Enciendo un cigarrillo para ahuyentar el frío y el suave olor a tabaco me abraza. Esta noche no necesito olvidar ni leer mi vieja bitá

¿Miedo yo? ¡Jamás!

Conocer personas es un paso que ninguno de nosotros puede saltar; ya sea en la niñez, adolescencia o juventud, estamos rodeados de un entorno que exige contacto y, en consecuencia, mostrar quienes somos. Aunque estamos habituados a la frecuencia de este protocolo, el hombre es cada vez menos capaz de mostrarse y darse a los demás. Entonces, si el entorno exige que me muestre, ¿por qué no tengo esa predisposición a hacerlo? Esta pregunta ha dado vueltas en mi cabeza desde hace mucho tiempo y ante la inminente necesidad de respuesta, me vi forzado a indagar primero en mí mismo por una razón. Finalmente encontré una posible razón. Ahora, era tiempo de validar y fue así como empecé a tomar "muestras" de las personas a mi alrededor —pasé de los cercanos a los desconocidos—y empecé a notar que de entre todas las posibles causas, había una era común en todos los sujetos: a pesar de las exigencias actuales de mostrar quienes somos, no somos capaces de hacerlo porque tenemos mied

Mi corazón te escucha

Creía que había tenido un mal día, de hecho, en aquella ocasión bien hubiera protestar por toda su historia. En su memoria, una infancia sin recuerdos, una juventud en soledad y el resto de la vida enfrentando una enfermedad crónica; que hicieron de Noah un hombre amargado, uraño y enfermo, incapaz de tener un gesto de amabilidad con cualquiera. La vida había arremetido con fuerza contra él y había decidido no permitir un atropello mas. Para colmo de males, su condición física degeneraba y por orden del médico, tuvo que retirarse a vivir entre las colinas de Saint Nazaire, al sur de Francia, un sitio tranquilo rodeado de pinos de copas muy altas y una paisaje admirable. Tres meses después de instalado en el lugar, el ermitaño Noah despertó una madrugada con un fuerte dolor en el pecho. Creyó que había llegado su fin así que, entre espasmos y malestar, se despojó de sus abrigadas prendas y ligero en ropas avanzó hasta la terraza junto a su dormitorio para esperar a que el momento q