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Mostrando entradas de enero, 2011

El chatarrero

La luz de la mañana disipa la oscuridad de la noche  y a la distancia se escucha un estruendoso sonido, es el retumbar de viejas latas que chocan, una contra otra, al rodar sobre una vetusta carreta metálica de ruedas desgastadas por el lastre. Se trata del chatarrero. Un hombre de muy alta estatura, contextura delgada y piel curtida por el sol. Viste pantalones rotos y sucios que hacen juego con su sombrero de tonalidad gris oscura, aunque originalmente era de color claro. Trabaja el chatarrero recogiendo partes usadas y viejas de otros aparatos descompuestos. Después de caminar varios kilómetros por día se dirige a almacenar y apilar su valiosa mercancía, en  una covacha de aspecto rústico e improvisado, que él mismo había construido. Durante el día, este refugio le sirve de bodega y por las noches de hogar, en el que vive solo, únicamente lo acompañan los perros callejeros del sector. Muchos no lo saben -porque no lo conocen- pero resulta que el chatarrero alguna vez tuvo una vida

¡Déjalo ir!

- ¡Finalmente sucedió lo peor! Una vez mas. Te fuiste sin decir palabra. Es que siempre lo hiciste. Estuviste cuando no te necesité y aparecías cuando todo se había solucionado. ¿Era lo más fácil, verdad? ¡Claro! fue más sencillo no participar, pretender que todo estaba bien, ser nuestro compañero de alegrías, el optimista, el que siempre quiso estar. Una mentira, solo eso fuiste. Hablabas tanto de que eramos tu apoyo, lo más importante, todo para tí ¿Acaso no te diste cuenta de cuánto te necesitamos? Todos tratamos de darte siempre lo mejor que pudimos y estar allí para tí, pero eras tan exigente que nunca te alcanzó. Te pasaste treinta y dos años diciendo que era verdad, que debías cambiar, ¡que ibas a cambiar! Lo único que fue verdad es que siempre tuviste las mejores intenciones, pero solo eso... intenciones. Por eso siempre me exigiste tanto, porque querías que yo sea el mejor, aunque nunca fuiste el ejemplo a seguir. Ahora no me pidas nada, ni explicaciones ni fortaleza. ¿Por q

La leyenda de Madame Mary

Cuenta la leyenda que en un pueblo muy distante, al norte de los Montes Urales, vivía Madame Mary. Todos hablaban de ella y desde remotos lugares llegaban personas a visitarla. Eran hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, ricos, pobres, todos. Su fama se debía a que poseía un espejo que, se decía, era capaz de mostrar la belleza de todo lo que en él se reflejaba. Decían los ancianos, que desde siempre Madame fue una mujer radiante y hermosa. Que en ella el tiempo no pasaba. Que desde que se le concedió ser la portadora del espejo, se volvió eterna. También decían que ella acogía, amorosa y cálida, a todos los peregrinos que deseaban ver su belleza reflejada. Sin embargo y a pesar del largo viaje, para muchos, el resultado no siempre era el esperado. Todos los visitantes, se ponían sus mejores linos y sus joyas más ostentosas, todos querían lucir bellos para verse "fielmente" reflejados. Llegaban personas físicamente atractivas, de cabellos dorados como el sol, ojos claros como

Como una montaña rusa

La vida es como una montaña rusa. Su travesía está llena de ciclos: infancia, adolescencia, adultez, senectud. Cada ciclo está lleno de emociones y sensaciones: alegrías, tristezas, caídas, levantadas. Cada emoción depende de la actitud con que la vivimos: será el viaje más emocionante o el más espantoso. El viaje puede darse de dos formas: con los ojos abiertos para admirarnos de todo lo que sucede o con los ojos cerrados sin ver nada a nuestro alrededor.  Me cuestiona mucho la forma en que vivimos la vida. Al igual que una montaña rusa, muchos la ven desde lejos y nunca se atreven a vivirla, a plenitud, en Dios. Prefieren vivir temerosos y distantes porque saben que al hacerlo tendrán que aprender a tomar decisiones, a enfrentarlas y a asumir sus consecuencias. Saben que al inicio no serán capaces de mantener los ojos abiertos. Y no es para menos. El viaje, al comienzo, es lo suficientemente fuerte hasta para el más temerario. Su vida se convierte entonces en una mediocridad, vivien