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Mostrando entradas de 2011

Diálogo post mortem

- En qué piensas? - No entiendo. - No entiendes porque no hay nada que entender, estás agotado, deberías recostarte y dormir unas horas, mañana será un día difícil. Poco a poco te sentirás mejor. - Mañana? hablas como si solo me quedase un día de vida. - De qué estás hablando? deberías calmarte, estás tomándolo de mala manera. - Mañana? de mala manera? te das cuenta de todo lo que estás diciendo? - Claro que sí, solo estoy tratando de ayudar! - Ayudarme? pero si lo único que has hecho es decirme que pretenda que nada de esto es real, que descanse y que "mañana" será un día difícil... y el resto de días? acaso no has pensado en "pasado mañana, tal vez? estás haciendo cualquier cosa excepto ayudarme. - Entonces, qué se supone que debo decirte? - Qué se supone? Nada! que no hay nada que suponer, los hechos son como son... eso es todo. Has venido a verme porque de verdad quieres ayudarme o porque solo esperas mostrar tu abrazo hipócrita y

Samek y el arriero

Era el día sexto de la semana y Samek estaba sentado a la orilla del río que queda junto a la aldea de Edom. A la mitad de su descanso, un pensamiento, estruendoso como un rayo, inundó su cabeza y lo dejó tendido en el suelo y con la mente en blanco, súbitamente, todo lo que había hecho hasta ese momento dejó de parecer tan bueno como él creía. Todo sucedió en un segundo, no hubo mucho tiempo para pensar, era tiempo de hacer algo y decidió que era tiempo de partir. Presuroso, se dirige hacia a casa de su anciano padre y le cuenta lo ocurrido. Su padre no lo entiende pues sus argumentos eran sencillos y parecieran carecer de sensatez, Samek lo sabe, sin embargo está convencido de que debía obedecer a esa voz interior que le pedía partir.  - ¿A dónde irás? ¿De qué vivirás? ¿Cuándo volverás?- el padre no estaba dispuesto a dejar partir a su único hijo. -  Padre, no sé cómo explicarte el por qué pues no lo tengo claro, no sé lo que haré, ni cuándo regresaré, solo sé que es tiempo d

El cuenta estrellas

- "1.981, 1.982, 1.983, 1.984, 1.985, 1.986, 1.987, 1.988..." El contar en secuencia ascendente, y que parecía no terminar, era todo lo que se escuchaba aquella noche de luna. Era una fría y solitaria noche, la luna brillaba; las estrellas decoraban el cielo de manera peculiar, pareciera como si danzaran, coquetas, apareciendo y desapareciendo, al oír a un hombre que mientras las contaba y, como si las conociera, las   señalaba con su dedo índice: - 1.995, 1.996, 1.997, 1.998, 1.999, 2.000... Curiosamente al completar un nuevo millar, la voz se detenía, hacía una ligera pausa, se escucha sonido, una nostálgica mezcla entre un suspiro y una sonrisa, para nuevamente retomar el conteo...  - 2.001, 2.002, 2.003, 2.004, 2.005...  Este extraño ritual sucedía cada noche de luna llena, cuando en su máximo esplandor, las nubes se disipaban y el firmamento ofrecía un espectáculo cautivante. En medio del silencio y tranquilidad de la noche, el contador se posaba sobre la hierba

El regalo perfecto

Es el cumpleaños de Favio José y toda su familia, numerosa y acaudalada, llega desde varios puntos de la ciudad a verlo, felicitarle y darle su presente. Los primeros en llegar son sus abuelos, tan chochos y querendones quisieron dar a su nieto primogénito el mejor de los obsequios y le compraron una pista de carreras con espacio para tres carritos, simultáneamente, que giran 360 y saltan hacia la recta final que definirá el ganador de la compentencia. Favio José lo abre, sus ojos brillan de la emoción, intenta empezar a armarla y de repente, se da cuenta que entre las muchas piezas por armar que las tías y sus primas llegan. Le siguen el tío Otto y su esposa Bella, las primas sacan unos zapatos de su caricatura favorita, son luces, sonidos y una piezas de no sé qué que salen de la parte posterior; los tíos le han traído un carro a batería para dos personas, es un carro policía, es un sueño, Favio José está encantado, sus juguetes cada vez más grandes hacen que sus cortas manos parecie

Amín lo perdió todo

Amín es un jóven soñador. Trabaja con su padre construyendo embarcaciones de vela. No entiende mucho de navegación pero lo que si entiende es que su mayor sueño es cruzar el océano y descubrir todo lo que su inmensidad le pueda enseñar. Ama el mar y lo cautiva su riqueza y su color de tono azul índigo. "Algún día cumpliré mi sueño de ser el primer hombre en cruzar el océano en un barco velero" le decía a su padre, mientras se trepaba en la proa de las embarcaciones, empuñaba en su mano derecha una tira de madera -que desenvainaba como espada- hinchaba su pecho lleno de sueños y mostraba la radiante expresión de triunfo en su rostro. Su viejo y sabio padre lo escuchaba con orgullo y sonreía al ver la audacia de su hijo soñador. Amín pasaba los días de su infancia entre embarcaciones de vela y sus sueños. Esta rutinaria y exigente vida  hubiese sido para otro niño  una tarea complicada y obligatoria, sin embargo para Amín era una aventura nueva cada día. Aunque al principio le

El alpinista

Llegó el gran día. El alpinista se prepara para coronar uno de los montes más altos de Escandinavia. Se despierta temprano y se dirige hacia su armario. Agarra su equipo de alpinismo y lo revisa dos veces, pues no quiere correr el riesgo de fallar -sabe muy bien que allá arriba, el más mínimo error le puede costar muy caro-. Tras practicar este deporte durante varios años, alpinista ahora tiene la seguridad de lo que sabe, al ver las herramientas, hace un "check" casi mentalmente: cuerdas, estáticas, dinámicas, casco, mosquetones, bolsa de magnesio, arnés, calzado, lentes de sol, linterna, navaja, mapa, brújula y el piolet; el resto es secundario.  El día pinta bien pero por la experiencia, sabe que a lo largo del camino el clima puede ser traicionero. Es mejor encomendarse, para no perder la fe, cuando se está varios miles de kilómetros cuesta arriba. El alpinista se marcha presuroso a recorrer un nuevo camino, aunque desconocido, pero que le plantea un desafío demasiado te

La bicicleta roja

Fue un jueves a las séis de la tarde. Salía de la oficina y decidí avanzar hasta la zona céntrica para comprar un café en "La Venecia", una pastelería reconocida en mi ciudad, en la que venden los postres y cafés más exquisitos que he probado. Era un acto casi rutinario, ordeno mi bebida y meto la mano en mi bolsillo derecho buscando unas cuantas monedas con las que pudiera pagar mi antojo. Pero esta vez quise que fuese distinto, había tenido un día bastante agitado, así que me senté en las mesas junto al mostrador del lugar. Me quité la chaqueta, aflojé el nudo de mi corbata y me dispuse a disfrutar mi mokaccino con un ligero toque de amareto. Al percibir su aroma y luego de saborear el primer sorbo, mi mente se trasladó a mi infancia, recordaba aquellas travesuras y sonreía con picardía. En medio de los recuerdos, escuché a una voz que me llamaba por mi nombre. "Joaquín, eres tú?". Salí de mi trance por un segundo para tratar de identificar el llamado. Apenas me

Naufrago

Han pasado tres días desde el naufragio. Estoy en medio de la nada. Lo único que puedo ver a mi alrededor es el océano, tan grande como mi afán de ser rescatado. Con esfuerzo puedo abrir mis ojos pues la luz del sol y su reflejo sobre el agua me tiene casi cegado. La sed es insoportable, daría lo que fuese por un sorbo de agua dulce. Por momentos pierdo la conciencia, al volver en mí descubro nuevamente que me mantengo a flote gracias a una puerta del barco... ni siquiera recuerdo como fue que me subí en ella, solo sé que mi vida, por ahora, depende de ese trozo de madera. En mis ratos de lucidez, trato de recordar lo que sucedió pero es inútil. Solo tengo una vaga imagen. Era la celebración del aniversario de la compañía para la que trabajo, una naviera internacional, a bordo de un crucero, en algún punto del Atlántico. A ratos recuerdo a mis compañeros de trabajo, disfrutando del bufete y bebiendo. Todo lo demás es confuso, recuerdo un sonido fuerte, como de una explosión, gritos, g

De vuelta a la libertad

- ¿Qué tienes? - No sé si quiero irme. - Vah! ¿qué sentido tiene eso ahora? ¡Sólo vete, eres libre! - Lo sé... es solo que ha pasado tanto tiempo que ya no recuerdo lo que es la libertad. - ¡¿Qué te pasa?! No me salgas conque no quieres irte! - Fueron veinticinco años... - ¡Con mayor razón... tu condena terminó, vuelve a vivir! - ¡¿Qué no entiendes?! ¡Veinticinco años! He pasado atrapado en este infierno más de la mitad de mi vida. No es tan fácil como piensas. - No te entiendo. Hemos pasado cada día, cada hora, detrás de los barrotes, en estas celdas frías, ¡en esta maldita cárcel! soñando con el último día de nuestra condena... ¿Cómo puedes decir ahora que no sabes si quieres volver a la libertad? ¡¿Qué te pasa?! - ¡¿Qué no te das cuenta?! Esta prisión es una selva, aquí no se vive, se sobrevive... no pude dormir bien durante todos estos años, no disfrute nunca una sola comida, hasta tomar una ducha era algo que prefería evitar... esta vida es una pesadilla, pero es la vida que me ac

El chatarrero

La luz de la mañana disipa la oscuridad de la noche  y a la distancia se escucha un estruendoso sonido, es el retumbar de viejas latas que chocan, una contra otra, al rodar sobre una vetusta carreta metálica de ruedas desgastadas por el lastre. Se trata del chatarrero. Un hombre de muy alta estatura, contextura delgada y piel curtida por el sol. Viste pantalones rotos y sucios que hacen juego con su sombrero de tonalidad gris oscura, aunque originalmente era de color claro. Trabaja el chatarrero recogiendo partes usadas y viejas de otros aparatos descompuestos. Después de caminar varios kilómetros por día se dirige a almacenar y apilar su valiosa mercancía, en  una covacha de aspecto rústico e improvisado, que él mismo había construido. Durante el día, este refugio le sirve de bodega y por las noches de hogar, en el que vive solo, únicamente lo acompañan los perros callejeros del sector. Muchos no lo saben -porque no lo conocen- pero resulta que el chatarrero alguna vez tuvo una vida

¡Déjalo ir!

- ¡Finalmente sucedió lo peor! Una vez mas. Te fuiste sin decir palabra. Es que siempre lo hiciste. Estuviste cuando no te necesité y aparecías cuando todo se había solucionado. ¿Era lo más fácil, verdad? ¡Claro! fue más sencillo no participar, pretender que todo estaba bien, ser nuestro compañero de alegrías, el optimista, el que siempre quiso estar. Una mentira, solo eso fuiste. Hablabas tanto de que eramos tu apoyo, lo más importante, todo para tí ¿Acaso no te diste cuenta de cuánto te necesitamos? Todos tratamos de darte siempre lo mejor que pudimos y estar allí para tí, pero eras tan exigente que nunca te alcanzó. Te pasaste treinta y dos años diciendo que era verdad, que debías cambiar, ¡que ibas a cambiar! Lo único que fue verdad es que siempre tuviste las mejores intenciones, pero solo eso... intenciones. Por eso siempre me exigiste tanto, porque querías que yo sea el mejor, aunque nunca fuiste el ejemplo a seguir. Ahora no me pidas nada, ni explicaciones ni fortaleza. ¿Por q

La leyenda de Madame Mary

Cuenta la leyenda que en un pueblo muy distante, al norte de los Montes Urales, vivía Madame Mary. Todos hablaban de ella y desde remotos lugares llegaban personas a visitarla. Eran hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, ricos, pobres, todos. Su fama se debía a que poseía un espejo que, se decía, era capaz de mostrar la belleza de todo lo que en él se reflejaba. Decían los ancianos, que desde siempre Madame fue una mujer radiante y hermosa. Que en ella el tiempo no pasaba. Que desde que se le concedió ser la portadora del espejo, se volvió eterna. También decían que ella acogía, amorosa y cálida, a todos los peregrinos que deseaban ver su belleza reflejada. Sin embargo y a pesar del largo viaje, para muchos, el resultado no siempre era el esperado. Todos los visitantes, se ponían sus mejores linos y sus joyas más ostentosas, todos querían lucir bellos para verse "fielmente" reflejados. Llegaban personas físicamente atractivas, de cabellos dorados como el sol, ojos claros como

Como una montaña rusa

La vida es como una montaña rusa. Su travesía está llena de ciclos: infancia, adolescencia, adultez, senectud. Cada ciclo está lleno de emociones y sensaciones: alegrías, tristezas, caídas, levantadas. Cada emoción depende de la actitud con que la vivimos: será el viaje más emocionante o el más espantoso. El viaje puede darse de dos formas: con los ojos abiertos para admirarnos de todo lo que sucede o con los ojos cerrados sin ver nada a nuestro alrededor.  Me cuestiona mucho la forma en que vivimos la vida. Al igual que una montaña rusa, muchos la ven desde lejos y nunca se atreven a vivirla, a plenitud, en Dios. Prefieren vivir temerosos y distantes porque saben que al hacerlo tendrán que aprender a tomar decisiones, a enfrentarlas y a asumir sus consecuencias. Saben que al inicio no serán capaces de mantener los ojos abiertos. Y no es para menos. El viaje, al comienzo, es lo suficientemente fuerte hasta para el más temerario. Su vida se convierte entonces en una mediocridad, vivien