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El chatarrero

La luz de la mañana disipa la oscuridad de la noche  y a la distancia se escucha un estruendoso sonido, es el retumbar de viejas latas que chocan, una contra otra, al rodar sobre una vetusta carreta metálica de ruedas desgastadas por el lastre. Se trata del chatarrero. Un hombre de muy alta estatura, contextura delgada y piel curtida por el sol. Viste pantalones rotos y sucios que hacen juego con su sombrero de tonalidad gris oscura, aunque originalmente era de color claro. Trabaja el chatarrero recogiendo partes usadas y viejas de otros aparatos descompuestos.

Después de caminar varios kilómetros por día se dirige a almacenar y apilar su valiosa mercancía, en  una covacha de aspecto rústico e improvisado, que él mismo había construido. Durante el día, este refugio le sirve de bodega y por las noches de hogar, en el que vive solo, únicamente lo acompañan los perros callejeros del sector. Muchos no lo saben -porque no lo conocen- pero resulta que el chatarrero alguna vez tuvo una vida, familia y profesión, era muy querido por quienes le rodeaban. Sin embargo y a pesar de ello, una noche de abril, decidió marcharse, desaparecer de su mundo y abandonar todo lo que tenía; lo último que dijo fue -creo que lo mejor que puedo hacer es no hacer nada, es mi manera de ayudar a los demás- y partió.  

Al poco tiempo, empezó su actual oficio. Aprendió a recoger chatarras y partes a medio uso. Por unos trabajos que hizo en una compañía de construcción, recibió como paga una vieja carreta, que pronto se convertiría en su más preciado bien. Pensaba cómo podía mejorarlo, por eso le adaptó un viejo motor, unos viejos retrovisores, un asiento remendado casi sin espuma y una serie de partes, todas destartaladas y averiadas, que conseguía gracias a su oficio. Por el estado de las piezas de su vehículo le era muy difícil avanzar medio kilómetro sin necesidad de refacción, incontables eran las veces que el chatarrero se detuvo para cambiar unas viejas partes por otras, las cambiaba una y otra vez. Muchas veces, aún sin necesidad de hacerlo, se detenía y las reemplazaba con otras partes en peor estado. El  destartalado hombre se había acostumbrado a reemplazar piezas sin razón, decía que la mejor manera de solucionar las fallas era cambiando de partes. Dejaba botadas las que sacaba y pulía con una vieja franela las entrantes. 

Así era la vida del chatarrero, cambiaba todo lo que pensaba que debía ser cambiado, sin mayor razón o explicación. Esta incompresible actitud era entendida por quienes durante años lo habían visto recorrer las calles y conocían su historia, "siempre fue así" decían sus conocidos, "hace muchos años fue capaz de dejar botado todo, de cambiar su vida que era buena, por esta vida de remiendos, cambiaba todo lo que creía que ya no le servía, nunca quiso arreglar nada porque pensaba que era más sencillo reponer lo dañado y volver a empezar". Lo más irónico de la situación del chatarrero era que en su vida, al igual que su carreta, conforme reemplazaba piezas, le era más difícil avanzar.

Cierto día, buscando piezas de casa en casa, llegó a la de un hombre mayor, de aspecto amigable, barbado y de quien se decía era muy sabio; su nombre era Adel, que en árabe significa "justo". Entabló plática con el chatarrero casi de inmediato y al escucharle hablar de su predilección por cambiar las partes que creía que no funcionaban en su vida, decidió hablarle sobre un alguien que se hacía llamar "el Fabricante", era un hombre muy mayor pero bueno como ninguno, muy querido y reconocido por doquier porque era capaz de hacer todas las cosas nuevas. Le aseguró que si tenía problemas con sus partes, las podía llevar para que se las reemplace por unas nuevas, fabricadas justo a su medida y que así no necesitaría detenerse nunca más sino que podría, con su carreta renovada, buscar otras rutas y recuperar lo que alguna vez voluntariamente abandonó y volver a empezar una vida, esta vez plenificante de verdad. El Chaterrero lo escuchó con atención y se imaginaba cómo sería eso. Durante un prolongado espacio de tiempo se quedó pasmado, pensando en qué hacer. Luego, tomó una decisión.

(Hasta aquí la historia. El desenlace depende de tí, elige uno de los finales y termina el cuento)  

Final Uno
El chaterrero rompió el silencio, con voz enérgica y, muy seguro, dijo -¿Para qué? No tiene sentido empezar de nuevo. No se trata de los demás, se trata de mí. Siempre he tomado mis propias decisiones y siempre he ido cambiando las cosas que no me sirven, siempre funcionó hasta con las personas que conocí-. Mientras lo decía, una expresión de amargura acompañaba su ceño fruncido. -Esta es mi manera de ayudar a solucionar los problemas que se presentan ante mí. No hay nadie que pueda arreglar algo que no se haya dañado. Seguiré viendo al fabricante a menudo, porque me impresiona mucho ver como las cosas se hacen nuevas, como por arte de magia. Pero solo iré a mirar porque en mí todo está bien, todo sigue igual. Si en algún momento algo no me funciona, cuento con una bodega llena de  muchas partes, que recogí día a día, y que podré cambiar cada vez que lo considere necesario-.
Adel, sentado junto a él, lo miraba amontonar las partes viejas sobre su destartalado vehículo y  contemplaba  la cansada silueta del chatarrero marcharse en contraluz al ocaso del día, que hacía del chatarrero una sombra en medio del brillo del sol que se apagaba.


Final Dos
El chatarrero rompió el silencio con una expresión de conmoción y un tenue tono de voz, diciendo  -¿Por qué no? No tiene sentido seguir intentando avanzar por mi propia cuenta. No se trata de los demás, se trata de mí. Siempre tomé mis propias decisiones, no sé escuchar mi voz interior, solamente trato de eliminar el problema cambiando las circunstancias, las personas que me querían y las cosas, sólo porque pensé que ya no me servían porque estaban mal-. Luego de decir estas palabras, cayó de rodillas al suelo y con sus palmas mirando al cielo replicó: -¡He sido un cobarde! siempre supe que no podía enfrentar los problemas y por eso decidí huir de ellos. Aprendí a conformarme con retazos de vida, a andar a medias y no buscar solucionar mi problema. ¡No quiero seguir siendo una parte dañada sin esperanza de arreglo! ¡Quiero ser una parte nueva porque quiero empezar de nuevo! Quiero ir a ver al fabricante y ponerme en sus manos para que haga de mí un hombre nuevo, ya no quiero cambiar o deshacerme de las partes de mi vida que no me dejan avanzar, sino, quiero que el fabricante me enseñe a reparar otras vidas, quiero hablar de él a otros que, como yo, sienten que no hay cambio que pueda renovar su vida. Que descubran una nueva esperanza y puedan volver a empezar y ser felices-. 

Adel, complacido con la respuesta y sentado junto al chatarrero, lo miraba deshacerse de todos sus partes viejas  pero no lo ayudaba, el anhelante hombre al notar su quietud le dijo -¿Por qué no me ayudas a soltar todo lo viejo que me ata? ¿No era esa, acaso, tu misión?. Adel sonrió y respondió: -Cada vez que tomaste una decisión, te valiste de ti mismo para no retroceder. ¿Por qué ahora ha de ser distinto? Has tomado una decisión y de tu esfuerzo depende el no retroceder, solo tú sabes qué cosas tendrás que dejar atrás para volver a empezar- El chaterrero asintió con la cabeza y por primera vez en su vida, estaba dispuesto a asumir lo que habría de vivir. Habiéndose despojado de todo lo que tenía, partió a su encuentro con el fabricante, envuelto por un hermoso rayo dorado de luz, que provenía del sol que se ponía y  que al mismo tiempo, le anunciaba un nuevo amanecer, un nuevo día.

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