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Reflexiones sobre el lavatorio de los pies (Jn 13:3-5)


Durante la celebración del Triduo Pascual, Dios me bendijo de forma particular y lavó mis pies. Este simple suceso dejó en mí una necesidad y deseo de reflexionar sobre la escena del lavatorio de los pies y preguntarme: ¿Qué significado mayor tuvo este gesto de Jesús?.

Hay varios elementos del contexto bíblico que es importante reconocer:

Jesús dice a Pedro: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo”

Jesús sabía que el demonio se había posado en Judas Iscariote y eso no lo excluyó de ser lavado. 

Jesús invita a servir dando su testimonio.

El gesto del lavatorio es enseñado por la Iglesia como la muestra de humildad y vocación de servicio testimoniado por Jesús –“Pues si yo, el Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros”–. 

Antes de lavar sus pies fue necesario que el Señor se despoje de sus vestidos y se hinque sobre sus rodillas. Al pensar en los discípulos, me detengo en sus pies de pescadores, toscos, seguramente sin ningún tipo de cuidado; pienso en esa escena y sitúo pies de muy mal aspecto. Mas preguntas vienen a mi mente: ¿Por qué el Señor haría esto? ¿Por qué eligió sus pies? ¿Por qué a todos sus discípulos, si para señal hubiera bastado con uno solo? ¿Por qué se hinca Jesús doce veces? ¿Por qué a Judas, aún sabiendo que el lo iba a traicionar y que el demonio estaba en él? ¿Por qué hace todo esto?

Pues, la única respuesta que parece dar una explicación consistente es: por amor. Ese amor de Dios que es tan grande que no le importa abajarse hasta besar los pies de sus discípulos; que es tan sublime que no pierde valor; que no se acompleja; que no se ofende; que es tan natural que se da “porque sí”. ¿Qué necesidad tuvo Dios de besar aquellos pies? Aparentemente, ninguna. Podría pensar en un amor caprichoso que obra sin pensar, pero sé que Dios no es así. Y es que cuanto mas lo medito, mas descubro el amor de Dios es tan perfecto que mientras mas se da, mas se perfecciona, mientras mas se abaja,  mas se eleva; mientras mas muere, mas vive.

Y, ¿por qué los pies? Yo respondo con otra pregunta, ¿y por qué no? Precisamente porque ese era el trabajo mas indigno, lavar los pies de los amos, tarea reservada para los esclavos de aquella época. Pienso en aquellos pies de aspecto desagradable y luego pienso ¿por qué esos pies están así? Son pies de trabajador, son pies de siervos, son pies de personas humanas, de carne y hueso, pies descalzos, desnudos. Son también una señal exterior y visible de una realidad interior, existente pero invisible. Al pensar en la escena de Jesús besando esos pies, en apariencia indignos de ser besados, –con una simulación mental del rostro del Señor en ese preciso instante– imagino su mirada llena de ternura y serenidad; el Señor no miraba su aspecto exterior y superficial sino que, al besarlos, besaba también lo más profundo de cada uno de sus discípulos, aceptando esa humanidad que por muy desagradable que parezca –visto desde fuera– esconde dentro de sí riqueza interior y dignidad –de creatura-hijo–, llamada y pensada para darse  al otro, tal y como Dios lo hace. Jesús, con sus manos sostuvo los pies de sus discípulos para poder besarlos, asimismo lo hace con nosotros, pero no solo en lo exterior, es el mismo Señor de antes de la última cena, el verbo encarnado, quien me sostiene desde lo más profundo de mi ser. Sí, ¡a mí! Él manifiesta su amor por mí con una caricia, un beso, una palabra en la que deposita toda su ternura y paz para mí y me dice que “tengo parte con Él” –como se lo dijo a Pedro– con todo y esta humanidad tan frágil, a pesar de sus caídas e inconsistencias, que solo vista bajo la luz de Dios va descubriendo su dignidad lavada, amada y revelada por Jesús, en el lavatorio de los pies.

Y no solo a Pedro y a mí, sino a todos y cada uno de sus discípulos y con ellos a todos los cristianos de todos los tiempos. Para el entendimiento humano, dar ejemplo una vez basta, mucho mas si se trata de un gesto que desagrada o se considera humillante. Sin embargo, Jesús “se humilla” doce veces seguidas. No se queja, no se preocupa por la incomodidad, es capaz de ponerse rodillas al suelo las veces que sean necesarias para que los hombres entiendan y aprendan de Él el amor y el perdón que no se miden. No existe el hombre que por sus pecados pueda caer mas abajo del suelo, y es justamente allí, a ras del suelo donde se encuentra este “Rey de Reyes” aguardando al pecador para besar sus pies. ¿Por qué tan bajo? Porque es el nivel en el cual el hombre que lo ha perdido todo, da la oportunidad a Dios de mostrarle su interior, la dignidad que le pertenece y el amor capaz de transformar, de devolver la vida.

Y, ¿Cómo es que este amor tan grande que devuelve a la vida no es visto antes? Pienso que por dureza. Judas, el Iscariote, convivió tres años con Jesús y a pesar de haber compartido todo con él, no fue capaz de descubrirlo, probablemente no había tocado fondo para reconocerlo y aceptarlo sino que se había quedado en lo superficial, en lo terreno y humano. El Señor sabía que Judas sería el traidor y no tuvo reparos en hincarse, lavar y besar sus pies, amarlo y perdonarlo, incluso, antes de cometer la traición. Este amor al prójimo, enseñado por Jesús y que se convierte en vivencia de la caridad con el hermano no tiene límites, abraza y abarca sobretodo al corazón perdido. Me pregunto ¿Cuál habría sido la experiencia de Jesús postrado ante los pies de Judas? Imagino con empatía la tristeza de aquel momento, lavando y sosteniendo ese pie de forma tal que le deje saber a ese corazón perdido que habría de traicionar al mas grande amor que se reafirmaría con un beso y que abre la invitación al arrepentimiento. Imagino, también con empatía, la perspectiva de Judas, que en Jesús no se ve a Dios sino que solo se ve a un judío haciendo en vano algo indigno y humillante. Porque así es la dureza de corazón que ciega a la fe y se queda en lo exterior y meramente humano.

Al repasar estos argumentos, es inevitable mirarlos desde mi propia experiencia de encuentro con Jesús, quien ha lavado mis pies y me invita a profundizar con empeño y a esforzarme para que pueda algún día también postrarme por amor a Dios y servir a mis hermanos. Entender este sencillo y profundo acto de amor de Jesús me abre el espíritu a la conversión, a salir de las comodidades de la razón, a no ajusticiar a los hermanos y, sobretodo, a comprender y aceptar que mi Señor Jesús al lavar mis pies, a través de un sencillo sacerdote, ha limpiado mi vida del pecado, me ha mirado con ternura y ha elevado mi dignidad, me ha hecho su hijo y su discípulo, para llevar a mis hermanos este testimonio de aquel encuentro que he tenido y que prepara mi camino para ese encuentro definitivo con el, en la eternidad.




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